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CRITICA
Por: PACO CASADO
Carlos Saura un día descubrió el cine musical de la mano de Antonio Gades al hacer una espléndida versión de "Bodas de sangre', sobre la obra de Federico García Lorca.
Aprovechó después el "boom" internacional que se despertó con el tema "Carmen" y llevó a cabo su versión del tema, como lo hiciera ese mismo año Francesco Rossi con la ópera y Jean-Luc Godard con su versión muy particular sobre el mito.
Ahora y tras el fracaso comercial de "Los zancos", Saura se lanza de nuevo al cine musical con Gades, para completar así su trilogía sobre el género.
Tras ver "El amor brujo", nos da la impresión de que Saura se ha hartado ya del juguete.
Con el leve argumento de Gregorio Martínez Sierra sobre el que Manuel de Falla hiciera su música, Saura compone su película, ambientandola en la época actual, en una barriada de chabolas de gitanos.
Allí nos cuenta la historia de los amores de José, Candela y Carmelo, los dos prometidos en matrimonio desde su infancia por sus padres ante la presencia y enamoramiento de Carmelo, quien tras una reyerta acaba en la cárcel de la que sale a los cuatro años tras la muerte de José.
Entre tanto Candela ha sufrido una especie de encanto por el que acude al lugar de la muerte cada noche para encontrarse con el espíritu vivo de su marido, José, hechizo que tratará de romper Carmelo para recuperar a su amada Candela.
La película, que ha costado 250 millones de pesetas, se inicia con una panorámica del estudio en que fue rodada, mostrándonos toda la tramoya, como diciéndonos que lo que vamos a contemplar a continuación es pura farsa, recreación teatral, como si Saura no creyera en ese mundo que ha creado y en el que se desarrolla la historia.
Como si se creyera en esa historia de pasión, celos, muerte, baile, magia y amor en unas tradiciones tan viejas como el mundo, en contraste con las antenas de televisión de las casuchas que les sirven de refugio, como si eso no pudiera suceder hoy día o no se lo creyera el director.
Al film le falta algo de entusiasmo, lo que tal vez le infiere cierta frialdad en la puesta en escena que va de lo real a lo fantástico.
Por eso no entendemos ese mostrar el escenario antes, que nos desencanta a priori, que no nos deja creernos y confiar en lo que vemos, como si se nos mostrara el engaño antes y no quisiéramos entrar al trapo, utilizando el simil taurino.
Estas consideraciones no quita para que pensemos que la película está muy bien hecha, con una espléndida fotografía de Teo Escamilla, que mueve la cámara con gran agilidad y soltura, tanto en las escenas dramáticas como en las de baile, aprovechando perfectamente la extraordinaria decoración, la coreografía de Gades o las canciones de la Jurado, logrando encuadres de una gran belleza estética.
Ajustados también los actores-bailarines, habituales ya de las anteriores películas con la inclusión de La Polaca o en un papel dramático Emma Penella que encarna a la tía Rosaria.
La película ha sido seleccionada para representar a España en la competición en el próximo Festival de Cannes 86.
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