Pedro Lazaga se empeñó en hacer comedias, influido por José Luis Dibildos, aunque más que comedias eran sainetes en color, en los que el director se perdía en una serie de acrobacias de cámara y montaje que impedían los aciertos de los actores. Aquí la gratuidad no llega a los excesos de otras ocasiones, en cambio está respaldada por uno de los peores guiones de este género.
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