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CRITICA
Por: PACO CASADO
La consagración de Giuseppe Tornatore fue con 'Cinema paradiso'. Después no ha logrado volver a poner el listón tan alto. 'Están todos bien', 'Una pura formalidad' y 'El hombre de las estrellas' lo confirman. Y ahora nos llega su última película, 'La leyenda del pianista en el océano', basada en el libro de Alessandro Baricco, que es una fábula universal, especie de metáfora moderna de la condición humana y la precariedad de nuestra existencia.
Todo gira en torno a un niño encontrado el 1 de enero de 1900 en el Virginian, un transatlántico de lujo, y se lo queda un fogonero que le pone el nombre de Novecento. Al no tener papeles, no quiere salir del barco, por lo que no llega nunca a pisar tierra firme. Aprende a leer y es músico autodidacta, tocando en la orquesta del buque como pianista. Un día tiene un duelo a piano con uno de los mejores músicos de jazz y en otra ocasión graba un disco que rompe a continuación porque no quiere que su música se oiga sin su presencia. Inventa melodías sobre la marcha que después olvida, o compone leyendo los rostros de los pasajeros, que convierte en música.
La historia se la cuenta Max, un trompetista que fue su compañero, a un chamarilero, al que le vende su trompeta, en constantes flash-backs. Esto fragmenta el film demasiado y hace que se pierda el hilo, como si las diversas situaciones formaran un mosaico que no acaba de unir bien sus piezas.
Lo que le da más unidad es la música de Morricone, que es parte fundamental en la historia, puesto que de eso trata.
El guion, de lo que era un simple monólogo teatral, y con apenas dos o tres escenarios, logra algunos momentos interesantes y otros emocionantes, unos cargados de poesía y belleza y de pesimismo otros, como si 'Novecento' renunciara a un mundo que poco tiene que ofrecerle y que él va conociendo a través del rostro de los viajeros, siempre camino de cualquier parte. Él se ha forjado su mundo y no necesita más. Es feliz con lo que tiene, con lo que conoce y cuando ve que se acaba no le importa la autodestrucción. Max en cambio es su antítesis, es el hombre de mundo que no sabe vivir sin él, y que en cierto modo nos representa a todos.
Un buen trabajo de los dos protagonistas, Tim Roth y Pruitt Taylor Vince, y notable la ambientación y el decorado.
La música de Ennio Morricone logró el Globo de Oro.
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