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CRITICA
Por: PACO CASADO
John Waters es un director americano que siempre ha ido contra corriente, tratando de llamar la atención, parodiando géneros, haciendo películas baratas y tratando de epatar al espectador con su ya acreditado mal gusto, cuando no es la escatología, pero hasta ahora no había hecho una comedia sobre el sexo y en esta ocasión con ella lo que pretende es burlarse de los pusilánimes e hipócritas americanos cuando de enfrentarse a ello se trata y más si anda la religión por medio.
Esta es su intención que, a priori, no es mala pero otra cosa son los resultados.
El matrimonio Stickles está formado por Sylvia, la esposa, que es una reprimida, Vaughn su marido que echa en falta el sexo y sobre todo su hija Caprice, que tiene unas enormes glándulas mamarias, que es una exhibicionista, y por ello la tienen encerrada, ya que es la admiración de los clientes del bar cercano a casa, donde la conocen como Úrsula Ubres.
Un día Sylvia recibe un golpe en la cabeza y se transforma en una sexoadicta, como hay una docena de vecinos del barrio que han sufrido lo mismo y están dispuestos a convertir a todos, contra lo que lucha Ethel, la madre de Sylvia, apoyada por otros que odian el sexo y que tratan de echarlos.
El film no tiene sexo explícito pero si muchas palabras guarras en torno al mismo, algunas escenas bastante groseras, una total falta de gracia y originalidad, resultando repetitiva ya que la anécdota es corta y no hace más que darle vueltas a lo mismo, por lo que aburre más que divierte.
Cinta que continúa en el estilo provocador y de mal gusto de John Waters, criticando a la sociedad norteamericana, que no logra su propósito, resultando patética.
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