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CRITICA
Por: PACO CASADO
Martin Ritt ha sido un director que durante algún tiempo consiguió engañar a una buena porción de críticos y de público.
Hasta que un buen día se supo de donde provenía su calidad.
Es algo así como el Bardem americano que copia aquí y de allí.
Cuando esto hacía sus cintas dejaron de tener tanta importancia como se le había dado en algún tiempo y la calidad de las mismas disminuyó considerablemente.
Con este largometraje parece que ha vuelto un poco al buen camino. Aquí que sepamos, no ha copiado de nadie pero le quedan algunas reminiscencias.
No puede evitar la tentación de hacer una película de diligencias como en su tiempo lo hizo John Ford o más tarde, hace tan solo un año Gordon Douglas.
El parecido es muy sospechoso, pero para variar Ritt pone mensaje en boca de sus protagonistas, ya que cuando hablan dictan sentencias que hacen meditar, en lugar de hacer más cine.
Ritt es un buen artesano si se quiere, pero no un artista total y pleno que consiga dar lo exacto en cada momento.
Por ello la cinta falla en ocasiones y la medida del ritmo no es muy exacta, llegando a cansar en algunas escenas por la excesiva longitud de las mismas, provocando baches en el interés de éstas.
A pesar de ello la película se sigue con una cierta inquietud por saber que ocurrirá al final, y a veces hasta resultan bonitas las meditaciones acerca de la justicia, de la muerte y la preocupación por los demás aunque estos no se preocupen por sus prójimos.
Todo está puesto en imágenes con oficio, pero nada más.
El color falla a veces y la música es casi inexistente.
En la interpretación podemos destacar a Newman, Boone y Balsam, pero sin lograr grandes aciertos.
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