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CRITICA
Por: PACO CASADO
Bertrand Tavernier, uno de los directores más personales del actual cine francés, nos da con 'La carnaza' (1995) la otra cara de la moneda que nos ofrecía con Ley 627, la del delito desde el punto de vista de los delincuentes, un trío de dos chicos y una chica, de clase media, emancipados de sus familias, que viven pensando en el sueño americano, en conseguir dinero rápido y poder establecer una cadena de tiendas en los EE.UU. Para ello planean, algunos robos utilizando a ella como carnaza de señores mayores con dinero. Pero lo que consiguen es calderilla y encima tienen que eliminar a sus víctimas para que no ser delatados.
El film tiene un prólogo, en que se nos da a conocer la relación entre los jóvenes, el relato de los hechos, y un epílogo donde únicamente interviene la policía. Porque lo que le interesa a Tavernier es mostrar los acontecimientos, sin juzgar, exponer a la consideración del espectador este suceso ocurrido en Francia en Diciembre de 1984 y recogido en su libro por Morgan Sportès.
Está más cercano al documental o la crónica de sucesos que al cine negro tradicional. Nos recuerda en algunos momentos A sangre fría, de Richard Brooks, vista recientemente en Canal Sur. Nuestros delincuentes son unos inconscientes, víctimas de una sociedad donde impera el obtener el dinero fácil, que se dejan llevar por las apariencias de las marcas y las modas. Víctima de esa inconsciencia, casi inocente, es la protagonista, que no calibra bien el alcance de sus acciones. Ella no quiere ver, ni oír, se mantiene al margen, e ingenuamente confiesa a la policía y pregunta si estará libre en Navidad para pasar unas vacaciones con su padre que le ha mandado los billetes de avión. No mide las consecuencias de las estúpidas y monstruosas actuaciones de sus compañeros, que viven sin posterior remordimiento. Esto no es más que un reflejo de la sociedad actual, una denuncia solapada bajo este tipo de sucesos, lamentablemente reales, llevados a cabo por una juventud sin valores que sólo piensa en el culto a la imagen.
Tavernier huye de una estética brillante, de manipular emociones, lo hace fríamente, y logra una cruda película, en la que se adivina más que se ve, lo que hace aumentar la tensión y amarrarnos a la butaca.
Buen trabajo de Marie Gillain (Mi padre, mi héroe) y de los demás compañeros, inexpertos ante las cámaras.
Obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín 1995.
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