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CRITICA
Por: PACO CASADO
Pocos documentales llegan a nuestras pantallas comerciales y son estrenados en ellas.
Este es uno de ellos y curioso, por cierto.
Su director, Godfrey Reggio, tuvo muchas dificultades para llevar a cabo un proyecto tan ambicioso, en el que tardó nada menos que siete años y rodó hasta setenta mil metros de celuloide.
Para este poema de imágenes y sonido, se apoyó en profecías hindúes que predicen el desastre de excavar las riquezas de la tierra, la proximidad del día de la purificación o la posibilidad de que algún objeto arrojado desde el cielo evapore los océanos.
En este sentido el film, que se apoya exclusivamente en imágenes, bellísimas, sobre todo en la primera mitad, y la excelente partitura musical de Philip Glass, se puede dividir perfectamente en dos partes.
Una primera dedicada exclusivamente a paisajes, extraños o serenos, de gran belleza en ocasiones, que suponen un canto a la naturaleza en libertad, intocada por la mano del hombre, todo un canto al ecologismo.
Se contrapone a ello la segunda parte, dedicada a la masificación en las grandes ciudades, llenas de gente y miseria, a la que hemos dado en llamar "civilización".
El mecanismo del trabajo diario, el ir a prisa de un lado para otro, todo ello expresado a base de trucos cinematográficos, como la aceleración de la imagen.
Es aquí donde creemos que el film se desequilibra un poco y a veces llega a ser incluso cómico, tal vez produciendo un efecto contrario en el espectador, al que se quería obtener.
Cinta experimental y curiosa al mismo tiempo, proyectada en múltiples festivales con el aval de Francis Ford Coppola, que consiguió el Premio especial del Jurado, el gran Premio del público y el de la mejor realización en el Festival Imagfic de Madrid en 1984.
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