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CRITICA
Por: PACO CASADO
Apunta un dicho popular que cuando el demonio no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo. Algo de esto le debe pasar a Jim Jarmusch, que cuando no tiene película que rodar se dedica a hacer pequeños cortos y cuando ya ha juntado la colección de cromos, hace un álbum, léase película, en la que empalma uno tras otros con la única premisa común a todos ellos que se trata de hablar en torno a una mesa (casi siempre con dibujo de tablero de ajedrez) dos o tres personajes (casi siempre artistas o rockeros), que fuman, beben café y charlan banalidades que a nadie interesa, cuando no son diálogos absurdos.
Tres de ellos fueron hechos en 1986, 1989 y 1993, habiendo sido rodados el resto más recientemente, muchas veces de forma improvisada, sin guión y sin un tema definido.
De esta manera el film es de lo más irregular, perdiendo el ritmo en muchas ocasiones, aburriendo otras y tan sólo resulta interesante en tres o cuatro de ellos, por ejemplo la curiosidad de Cate Blanchett haciendo doblete en el mismo plano, como ella misma y como su prima, en dos caracteres muy diferentes; la ocurrencia de Roberto Benigni de ocupar la cita para el dentista de un amigo o el de Alfred Molina muy interesado en ser primo de Steve Coogan al que los intereses se invierten que tiene cierta gracia y no falto de ironía, y poco más.
Parecen cortos experimentales hechos entre amiguetes, sin mayor valor, con una planificación monótona, repetitiva y aburrida, cuya calidad es más que discutible, aunque tenga un buen uso de la fotografía en blanco y negro.
Lo demás es querer buscarle tres pies al gato, pero seguro que habrá quien se los encuentre.
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