Que punto oscuro hay en la vida de Hichcock que él busca con tanto empeño?, A quién ve cuando se mira en el espejo?...
...Qué pasos resuenan tras sus pasos por las calles solitarias?, Qué sombra tan distinta refleja su cuerpo?.
Como si las letras de su nombre no bastaran para identificarle, pugna por salir, película tras película, para mostrarnos su cuerpo rechoncho, sus pasos menudos y su rostro redondeado.
"Hitchcock soy yo - parece decirnos-. Ese que pasa por lo alto de la escalera..., ese que asoma por la puerta, tras los pasos de Tippi Hedren..., ese soy yo... No se confundan, por favor; mírenme bien, para que luego puedan identificarme. Tengo miedo. Miedo a no saber quién soy, miedo a ser yo y ser, a la vez, otra persona distinta".
Y casi no da tiempo a mirarle, a identificarle, cuando ya se ha escapado, ha salido del fotograma para intergrarse en la oscuridad de la sala, junto a uno de nosotros, que jamás podremos pensar que ese jovencito de labios golosos, que ese otoñal enjuto, que esa señorita despampanante, que ese anciano redondo y de sonrisa apretada es el propio Hitchcock. Pero no es.
Porque Alfred Hitchcock está huyendo de sí mismo para integrarse en sí mismo. Huye como sus personajes. Busca como sus personajes. Y se pregunta, angustiado, como sus personajes, quién es, en realidad, él.
La apariencia de las cosas y la esencia de esas mismas cosas rara vez coinciden. Eso lo sabe Hitchcock mejor que nadie. La apariencia de un narrador de historias banales, muy a la moda... la apariencia de un truquista del suspense... la apariencia de un equilibrista de la imagen.
Cuantas apariencias tiene Hitchcock?. La apariencia es su defensa, pero la coraza protege e inmoviliza. Esa apariencia defensiva la agarrota hasta la histeria y le hace bajar la guardia para poder respirar. Las vías que le llevan el aire a sus pulmones son, a mi juicio, las únicas que nos pueden permitir la penetración hasta su esencia: la vía del amor -ancha, importante, generosa calzada por la que van sus personajes todos- y la vía de identificación angosta, tortuosa, difícil por la que obliga a mirar a sus personajes que se buscan huyendo para ver si le alumbran su propio camino extraviado.
Ambos accesos son despreciados casi continuamente. Los críticos pican, generalmente, en el cebo de la apariencia, y, conformistas, se quedan allí fascinados por el oropel o escandalizados por la facilidad.
Ninguno de los dos caminos son fáciles. Nadie ha hablado hasta ahora de las maravillosas historias de amor que son, en definitiva, las películas de Hitchcock. Pocos han intentado bucear en esa angustiosa persecución, en esa delirante fuga de las imágenes hitchconianas, en esa terrible duda de la doble personalidad.
Y es a esa última faceta a la que voy a referirme, más como apunte que como estudio acabado; porque éste quizá salga de los límites del cine y se inscriba en los de la psiquiatría.
Hay que partir del héroe. El héroe hithcockiano no lo es, si por tal se ha de entender ese personaje tradicional en la novelística o incluso, por reflejo en el cine. No hay que ser predestinado. Es un hombre vulgar, medio, ajeno a todo heroísmo. Y si somáticamente pueden ser héroes, dejan de serlo al desenvolverse fuera de su ambiente normal. La aventura del abogado de "Los pájaros", se desarrolla fuera del ambiente forense; las peripecias del agente de publicidad de "Con la muerte en los talones" no son debidas a su profesión; la gestión detectivesca de "El hombre que sabía demasiado", tiene su origen en un turista. Ese es el héroe de Hitchcock: el turista, el muchacho de un hotel solitario, un músico oscuro, un agente de publicidad, un trabajador de fábrica, un detective jubilado...
En ese personaje, sea el que sea, en esa situación, sea la que sea, hay una lucha vital para su autor, entre la esencia y la apariencia. Esto es lo que hace que parezca que la contradicción es la clave de Hitchcock.
Porque la doble personalidad, permanente en la obra Hitchcockiana, es la misma que, con toda probabilidad, tortura a su creador.
Doble personalidad física, que va desde los seres a los objetos para reflejarse en éstos y golpear violentamente a aquellos. Doble personalidad psíquica, cuya raíz ya la han descubierto otros, es el complejo de culpabilidad. A veces, estos dos apoyos se sueldan en su arranque o en su conclusión produciendo el misterio. Y la única solución al misterio es el milagro. Es por esto por lo que a veces Hitchcock tiene que zafarse de la trampa de la lógica, de no hacerlo, sus pesonajes morirían, él mismo moriría. Por que el milagro es imcompatible con la lógica.
Cary Grant y Eva Marie Saint están colgados de los gigantescos rostros presidenciales, y a la mano tendida de ella se responde con la subida a la litera superior del coche cama. El milagro rompe la lógica. El amor engendra el milagro. El amor es el misterio.
Textos: Félix martialay, editados en 1964.
