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LOS ARCHIVOS DEL PENTAGONO
INFORMACIÓN
Titulo original: The Post
Año Producción: 2017
Nacionalidad: EE.UU.
Duración: 116 Minutos
Calificación: No recomendada para menores de 7 años
Género: Drama, Biografía
Director: Steven Spielberg
Guión: Liz Hannah, Josh Singer
Fotografía: Janusz Kaminski
Música: John Williams
FECHAS DE ESTRENO
España: 19 Enero 2018
DISTRIBUCIÓN EN ESPAÑA
Entertainment One

SINOPSIS

Nos hallamos en Junio de 1971 justo cuando la prensa norteamericana toma la decisión de informar acerca de una documentación reservada del Pentágono y donde se reflejaba el encubrimiento de secretos por parte de los diferentes gobiernos a lo largo de cuarenta años. Una periodista y el director de un periódico forman equipo...

INTÉRPRETES

MERYL STREEP, TOM HANKS, ALISON BRIE, CARRIE COON, MICHAEL STUHLBARG, BRADLEY WHITFORD, JESSE PLEMONS, BOB ODENKIRK, BRUCE GREENWOOD, SARAH PAULSON, DAVID CROSS, MATTHEW RHYS, ZACH WOODS, TRACY LETTS, PAT HEALY

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INTRODUCCIÓN...
   A lo largo de la historia de los Estados Unidos, ha habido momentos catalizadores en los que ciudadanos corrientes deben decidir si se lo juegan todo —su sustento, su reputación, su estatus e incluso su libertad— para hacer lo que consideran que es correcto y necesario para proteger la Constitución y defender la libertad de los EE. UU. Con LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO, el director ganador de múltiples Óscar Steven Spielberg recupera uno de esos momentos. El resultado es un intenso drama basado en los hechos reales que se produjeron cuando The Washington Post y The New York Times formaron una alianza pragmática después del incendiario artículo publicado por el Times en el que desvelaba un estudio de alto secreto que acabaría conociéndose como los archivos del Pentágono.
  Aunque The New York Times se adelantara con la primicia, The Washington Post decide continuar con la historia que le ha acarreado amenazas legales al Times y ha hecho que se le eche encima la Casa Blanca con todo su poder, pues la necesidad de una nación escandalizada de saber lo que le oculta su gobierno se impone al enorme riesgo personal que corren. Podría estar en el aire el destino de millones de personas, entre ellos miles de soldados estadounidenses que libran una guerra que su gobierno no cree que se pueda ganar. En apenas unos días de crisis, la pionera pero inexperta editora del Post Katharine Graham tendrá que sopesar su legado con su conciencia mientras consigue reunir la confianza suficiente para liderar; y el director Ben Bradlee deberá presionar a su equipo para ir más allá de lo que normalmente exige su profesión, sabiendo que podrían acabar acusados de traición por hacer su trabajo. Pero, a medida que lo hacen, los periodistas del Post, aunque tengan todas las de perder, se unen en una lucha más grande que todos ellos, una lucha por sus compañeros y por la Constitución, que pone de relieve la necesidad de una prensa libre que obligue a rendir cuentas a los líderes de una democracia, a la vez que pone a prueba a Graham y a Bradlee hasta lo más profundo de su ser.
  Con LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO, Spielberg reúne a un extraordinario elenco de actores al máximo de sus facultades. El eje central de ese reparto coral lo constituyen las interpretaciones de Streep y Hanks como Graham y Bradlee, la primera una líder sin experiencia que aún está aprendiendo a marcar su territorio como mujer en un mundo cambiante, el segundo un duro periodista que está evolucionando para pasar de dedicarse a conseguir historias a luchar por los principios mismos de la verdad, y que descubren que se pueden motivar el uno al otro para sacar lo mejor de sí mismos. Tras las cámaras, Spielberg se reúne con su grupo de estrechos y galardonados colaboradores, como el director de fotografía Janusz Kaminski, el montador Michael Kahn, el diseñador de producción Rick Carter y el compositor John Williams, con la incorporación al equipo de la legendaria diseñadora de vestuario Ann Roth.
  Todo ello permite realizar una recreación de 1971 que parece desarrollarse en tiempo real con un suspense cada vez mayor. A lo largo de su carrera, a Spielberg le ha atraído visitar esos momentos en los que se han producido cambios históricos, en películas que van desde “El imperio del sol” y “La lista de Schindler” a “Munich”, “Lincoln” y “El puente de los espías”. LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO dirige la lente de Spielberg por primera vez a los Estados Unidos de la década de 1970, la misma época en la que se convirtió en uno de los cineastas más eminentes de la industria. Su narración incansablemente dinámica es una historia de valor y relaciones personales, pero también lleva a Spielberg al mundo del periodismo en un momento crítico para el país y para el mundo, un mundo a punto de cambiar por el creciente poder de las mujeres y la llegada del corporativismo. Y, sobre todo, la historia ofrece un fascinante contexto a un dilema eterno: ¿cuándo debe hablar uno para sacar a la luz un grave peligro nacional, aun sabiendo que lo que hay en juego es inconmensurable?
  “Steven convirtió esta historia en un thriller”, comenta la productora Amy Pascal. “Posee una capacidad innata para hacer que unos determinados hechos históricos resulten dinámicos y del momento. Te mantiene constantemente en vilo, pero también nos recuerda el deber atemporal de contar la verdad”.
  La productora Kristie Macosko Krieger agrega: “Esta película trata sobre el poder de la verdad, pero también es una historia personal sobre la transformación de una mujer de ama de casa a jefa de una empresa de la lista de Fortune 500. Es una historia personal dentro de unos hechos históricos en los que había mucho en juego, y eso es lo que la hacía tan cautivadora para todos nosotros”.

¿QUÉ SON LOS ARCHIVOS DEL PENTAGONO?...
El documento:
  En marzo de 1971, el reportero de The New York Times Neil Sheehan obtuvo un acceso extraordinario a un informe altamente clasificado de 7000 páginas plagado de secretos gubernamentales inculpatorios. El documento, preparado originalmente a instancias del por entonces Secretario de Defensa de los EE. UU., Robert McNamara, en 1967, tenía el prosaico título, “Historia de la toma de decisiones de los EE. UU. en Vietnam, 1945-66”.
  Por inocuo que sonara, el reportaje tendría unas consecuencias devastadoras que aún se sienten en la actualidad. El documento —que no tardaría en ser conocido en todo el mundo como los archivos del Pentágono— descubrió una siniestra verdad: que los amplios y variados engaños sobre la mortífera guerra que se estaba librando en Vietnam habían abarcado cuatro administraciones presidenciales, desde Truman hasta Eisenhower, Kennedy y Johnson. Los archivos del Pentágono desvelaron que cada uno de esos presidentes había engañado repetidas veces al público en cuanto a las operaciones de Estados Unidos en Vietnam y que, aunque el gobierno supuestamente buscara la paz, los militares y la CIA trabajaban en secreto ampliando sus operaciones bélicas. La documentación proporcionó una oscura historia cargada de pruebas de asesinatos, violaciones de la Convención de Ginebra, elecciones amañadas y mentiras al Congreso.
  Esas revelaciones se convirtieron en noticias especialmente explosivas en un momento en el que soldados estadounidenses, muchos de ellos llamados a filas y obligados a servir, seguían corriendo peligro de muerte a cada instante. En última instancia, la guerra de Vietnam, de la que Estados Unidos se retiraría en 1975, se cobró las vidas de 58 220 militares y provocó de forma directa la pérdida de más de un millón de vidas. Los archivos del Pentágono sacaron a la luz los engaños que condujeron a muchas de esas muertes.

La fuente:
  La fuente responsable de la primicia de The New York Times sobre los archivos del Pentágono fue a decir de todos un brillante analista militar de la Corporación RAND —un influyente comité de expertos financiado por el gobierno— convertido en informante: Daniel Ellsberg, que había formado parte en un primer momento de los que escribieron ese estudio secreto. Ellsberg había servido como marine y pasó dos años trabajando en Vietnam con el Departamento de Estado de EE. UU. Pero iría sintiéndose cada vez más desencantado ante las flagrantes disparidades entre lo que veía que sucedía sobre el terreno, lo que pasaba a puerta cerrada en Washington y todo lo que el pueblo americano no sabía sobre la prognosis y la conducta de la guerra.
  En 1969, impulsado a actuar en favor de los soldados, pese al peligro que suponía para él, Ellsberg y su compañero de RAND Anthony Russo empezaron a fotocopiar furtivamente las 7000 páginas de los archivos del Pentágono. Lo hicieron página a página, sacando el documento de su cámara segura en RAND cada noche y llevando su contrabando oculto en un maletín a una fotocopiadora que había en la oficina en la que trabajaba la novia de Russo, Lynda Resnick, que tenía su propia agencia publicitaria (Resnick ya se había involucrado en el movimiento contrario a la guerra).
  Aunque Ellsberg veía todo esto como un acto de sumo patriotismo, algunos lo calificarían poco después como “el hombre más peligroso de Estados Unidos”.

El reportaje de The New York Times y la batalla legal:
  Una vez que contaba con una copia completa fuera de la cámara, Ellsberg pensó en un primer momento que intentaría usar los canales oficiales para poner toda la documentación en manos del público. Pero cuando vio que no conseguía llegar a ninguna parte con varios miembros del Congreso, decidió que su siguiente mejor opción era filtrar el material clasificado a The New York Times. En marzo de 1971, Ellsberg invitó con cautela al reportero Neil Sheehan —que había empezado a informar desde Saigón con 26 años de edad y era conocido por su dura cobertura de asuntos militares y políticos— a echar un vistazo a lo que tenía. Pese a que Sheehan no pudo prometerle nada a Ellsberg, le ofreció llevarles los archivos a sus jefes del Times.
  El Times reconoció la naturaleza trascendente e incendiaria de los documentos. En contra de los consejos de sus asesores legales, el editor Arthur “Punch” Sulzberger y el director editorial Abe Rosenthal decidieron seguir adelante, tras tomar detenidamente en consideración su responsabilidad tanto para con el público como con el interés nacional. Un equipo de reporteros organizó una operación clandestina en un hotel y se pasó tres meses estudiando los documentos en profundidad, preparando cómo contar una historia tan compleja, complicada aún más por el hecho de que temían que el FBI pudiera estar siguiéndoles la pista. Se tomó la decisión de publicar la información de la forma menos sensacionalista que fuera posible.
  No obstante, en cuanto The New York Times llegó a los kioscos de prensa el domingo 13 de junio de 1971 con el titular de primera plana “Archivos de Vietnam: Estudio del Pentágono analiza 3 décadas de creciente implicación estadounidense”, se desató el caos. Los directores de noticias de todos los demás periódicos importantes, conscientes de que se les habían adelantado con una primicia importante, empezaron a poner apresuradamente en marcha sus propias investigaciones. Entretanto, en Washington, se empezaron a acelerar los procedimientos para procesar no solo a Ellsberg, sino a The New York Times y a cualquiera que pudiera intentar sacar a la luz los secretos contenidos en esos documentos.
  El 15 de junio, la administración Nixon pidió a un tribunal federal un mandamiento judicial para detener la publicación de cualquier nuevo material por parte del Times, argumentando que dicha publicación pondría en peligro la seguridad nacional. Se les concedió su petición.

La decisión de The Washington Post:
  Mientras The New York Times tenía prohibido seguir publicando nada más, otros periódicos empezaron a competir para conseguir acceder a los documentos y escribir sus propias historias y análisis. The Washington Post, visto desde hace tiempo como un periódico local de poca monta comparado con uno más importante y de alcance nacional como The New York Times, tomó inmediatamente el testigo y el ayudante de dirección editorial Ben Bagdikian, antiguo compañero de Ellsberg en RAND, se puso a localizar otra copia completa de los documentos. Después recayó en la editora, Katharine Graham —por aquel entonces la única mujer en una posición de poder en un periódico nacional importante— darles luz verde o pisar el freno. Bajo una enorme presión y en contra de los consejos que le decían que podía echar por tierra el futuro del periódico, que se disponía entonces a realizar una OPV, decidió sin embargo darle al director Ben Bradlee el visto bueno para empezar a publicar historias.
  El 18 de junio, The Washington Post se convirtió en el primero en publicar material de los archivos del Pentágono tras el mandamiento judicial contra el Times, a costa de verse también implicado en el proceso legal. Ese mismo día, el Departamento de Justicia solicitó una orden de alejamiento inmediata y un mandamiento judicial permanente contra The Washington Post, aunque esta vez el juez federal ante el que presentaron la causa les denegó la orden. Entretanto, el valor del Times y posteriormente del Post no hizo más que animar a la publicación de más historias sobre el tema en el Boston Globe, Chicago Sun-Times y otros periódicos, mientras la importancia del momento cobró vida propia.
  El 30 de junio, el Tribunal Supremo se pronunció, revocando el mandamiento judicial contra la publicación. La opinión mayoritaria sostenía que la publicación de los archivos del Pentágono era de interés público y que era deber de una prensa libre obligar al gobierno a rendir cuentas.
  Ellsberg y Russo fueron procesados por violar la Ley de Espionaje y Ellsberg se encontró afrontando la posibilidad de una condena de 115 años de prisión. Su juicio empezó en enero de 1973, justo cuando estallaba el escándalo Watergate. Ambos casos se verían irremediablemente vinculados, cuando salieron a la luz revelaciones de que la Casa Blanca de Nixon había autorizado ilícitamente espiar al psiquiatra de Ellsberg en un intento de desacreditar al propio Ellsberg. Al final, el 11 de mayo de 1973, el juez de la causa declaró el juicio nulo debido a lo que consideró una conducta negligente muy grave por parte del gobierno. Todos los cargos contra Ellsberg y Russo fueron retirados.
  Para entonces, la historia de los archivos del Pentágono ya no trataba simplemente sobre un único y controvertido acto de conciencia; se trataba más bien del gran poder que conllevan muchos actos similares unidos y del poder de decir la verdad, sin importar las amenazas y peligros que ello suponga.

EN BUSCA DE LA HISTORIA: EL GUION...
  La historia de los archivos del Pentágono engloba muchas otras historias: la historia de cómo cuatro administraciones presidenciales mintieron al país sobre las circunstancias de la guerra durante más de 20 años, la historia de por qué el antiguo marine de los EE. UU. y asesor militar Daniel Ellsberg decidió destapar el asunto, la historia de cómo The New York Times manejó una primicia espectacular e incendiaria, la historia del decisivo litigio, por no hablar de la historia de las implicaciones que dicho proceso conlleva para los medios, la Primera Enmienda y la mismísima democracia. Pero el apasionante guion de Liz Hannah para LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO lo abordó desde un punto de vista diferente, centrándose en la agitada intriga humana y las magnéticas personalidades que había detrás de la trascendental decisión de The Washington Post de sumarse a la lucha por publicar la información.
  Hannah sentía fascinación desde hacía tiempo por la vida y los tiempos de la legendaria editora del Washington Post Katharine (Kay) Graham, que, a principios de los 70, iba a contracorriente, la primera mujer que dirigía una organización nacional de noticias importante. Se sentía fascinada por cómo Graham evolucionó de ser la heredera de un periódico en crecimiento a una auténtica líder entre periodistas. Saltó una chispa en ella cuando Hannah descubrió la historia de cómo Graham eligió deliberadamente arriesgar tanto su periódico como su carrera —en el momento más vulnerable para ambos— al seguir adelante con la publicación de los archivos del Pentágono después de que un tribunal ordenara al New York Times que dejara de hacerlo. Esa era la historia que había estado buscando. Fue un momento que marcó mucho la vida de Graham y al propio país, y estaba tan lleno de personajes complejos y de giros y sorpresas como un relato de espionaje.
  “Había leído las memorias de Graham ‘Personal History’ y quería que se escuchara su voz. Pero seguía intentando encontrar la manera, porque no quería escribir un biopic”, explica Hannah. “No fue hasta que leí las memorias de Ben Bradlee y me topé con esta decisión trascendental de publicar los archivos del Pentágono que vi claro qué hacer. Decidí contar la historia de ellos dos, en el contexto del momento de madurez de Graham, al decidir el futuro rumbo del Post. Fue un momento tan dramático y asumieron tantos riesgos que la historia prácticamente se escribía sola”.
  Lo que Graham y Bradlee se jugaban era colosal. Entre otras cosas: la realidad de que seguían llamando a jóvenes a filas para enviarlos a Vietnam, mientras el número de bajas no dejaba de elevarse, la ansiedad de que los cargos que pudieran afrontar incluyeran traición, el legado e incluso la futura existencia de The Washington Post, la inquietud de que estaban sometiendo a su plantilla y a sus familias a un riesgo inmenso, y su propia preocupación de que pudieran estar traicionando a amigos.
  Fueron los acontecimientos que condujeron a que asumieran semejantes riesgos —y el valor que inspiraron en el Post y en todo el periodismo estadounidense— los que se convirtieron en el eje central del guion de Hannah. A la hora de escribirlo, acabó tratando sobre cómo y por qué la gente decide actuar tanto como sobre la pintoresca vida de un periódico ambicioso y luchador de los años 70. Hannah también abordó la estructura como una historia de amor de alto riesgo, una unión platónica de una editora y un director, yin y yang, que forjaron un inquebrantable lazo de lealtad cuando el peligro que ambos corrían no podía ser mayor. “La publicación de los archivos del Pentágono es el momento en que se fraguó la relación entre Kay y Ben, cuando su confianza y colaboración se convierten en su sostén”, explica Hannah. “Lo veo como la historia de amor de unas almas gemelas que tenían una misión común”.
  El guion no tardaría en atraer el interés de los estudios. Cuando Amy Pascal lo leyó, recuerda: “Me dije a mí misma: esta historia tiene que contarse. Parte de lo que me encantaba del guion de Liz era que trataba sobre una esposa y madre que pensaba que nunca conseguiría un trabajo de verdad, a la que prácticamente todo el mundo en su vida desestimaba, y que de pronto se encuentra teniendo que tomar una de las decisiones más trascendentales de la historia. Cambió para siempre su industria y su vida, y se convirtió en la primera mujer en dirigir una empresa de la lista de Fortune 500. Me interesaba mucho esa historia”.
  La historia también llamó la atención de Meryl Streep, que en 2017 cumplía 40 años en la gran pantalla, antes incluso de contar con Spielberg como director. “Estaba familiarizada con las historias sobre The Washington Post y Watergate gracias a la película de Alan J. Pakula ‘Todos los hombres del presidente’, en la que Kay Graham realiza una fugaz aparición. Aunque lo cierto es que no sabía mucho de ella”, recuerda. “Pero el guion de Liz parecía reflejar perfectamente el ambiente de esa época. Me pareció increíblemente cautivador. Y era una historia que no se había contado”.
  Spielberg también tuvo una reacción visceral al guion. Pese a encontrarse en mitad de una preparación intensiva para su cinta cargada de efectos especiales “Ready Player One”, esta historia tan humana y sumamente histórica le atrajo. “La forma de escribir de Liz, su premisa, su estudio crítico y, sobre todo, su hermoso retrato personal de Graham me hizo decir: ‘Puede que esté loco, pero creo que voy a hacer otra película ahora mismo’”, recuerda. “Me cogió por sorpresa”.
  Kristie Macosko Krieger, que lleva dos décadas trabajando con Spielberg, comenta: “Lo organizamos todo en cuestión de un día. Llamé a todo el mundo y les dije: ‘Acabemos rápido en Italia, en 11 semanas estaremos rodando una película en Nueva York’”.
  Todo salió adelante a un ritmo inusitadamente rápido, incluso para Spielberg, conocido por su ética de trabajo. Los dos actores principales que quería para interpretar a Graham y Bradlee —Streep y Hanks— expresaron de inmediato su interés. De forma casi milagrosa, ambos tenían el hueco necesario en sus respectivas agendas. Estos tres artistas de gran talento del cine actual se encontraron con la oportunidad de colaborar juntos y todos estaban decididos a seguir adelante a toda máquina.
  De especial interés para Spielberg eran los riesgos que se asumían en la historia, lo que la convertía a la vez en un thriller, un drama y un estudio de personaje de una mujer que descubre la rotunda fuerza de su voz. “The Washington Post se arriesgó mucho al publicar la noticia después de que el juez impidiera a The New York Times hacerlo”, opina. “No podían haber elegido un peor momento. El Post estaba poco menos que desangrándose y necesitaba salir a bolsa para seguir siendo solvente. Y en medio de todo eso se encontraba Graham, que tenía que tomar la decisión más importante de la historia del periódico. Me pareció que la historia trataba tanto sobre el nacimiento de un líder como sobre el crecimiento de un periódico de alcance nacional”.
  Spielberg fichó entonces al guionista ganador del Óscar Josh Singer (“Spotlight”), conocido por su capacidad para escribir visceralmente sobre las vidas de reporteros, para profundizar en el guion de Hannah. El director recuerda: “Le envié el material a Josh y le encantó el guion de Liz, así que se puso inmediatamente manos a la obra. Mantuvimos muchas conversaciones y leímos ambos libros, el de Graham y el de Bradlee, y nos entusiasmamos con las posibilidades de adónde podía ir esta historia. Josh realizó una enorme labor de documentación en muy poco tiempo. Nunca había visto nada igual y creo que parte de ello se debe a que estudió Derecho, y luego empezó a escribir para ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’. Entiende la importancia de encontrar la verdad, encontrar los detalles de la verdad, y no solo las líneas generales de un relato histórico. Se mostró infatigable, hablando con todos los que estuvieron allí”.
  “Fue genial poder juntar a Josh y a Liz. No creo haber visto a dos guionistas trabajar tan bien juntos como lo hicieron ellos”, opina Pascal.
“El guion de Liz trataba sobre dos seres humanos en un viaje íntimo, un guion increíble”, asegura Singer. “Así que lo que queríamos hacer era incorporar más elementos históricos y reforzar la sensación de cómo fueron evolucionando los acontecimientos para mostrar lo extraordinarios que fueron esos pocos días y sumergir más profundamente a los espectadores en ese mundo. Vamos más allá de Kay y Ben para ver lo que está sucediendo con las cintas de Nixon y con The New York Times, y todo ello contribuye a dar más contexto a la trascendental decisión que tiene que tomar Kay en ese momento”.
  Singer mantuvo la relación de Graham y Bradlee como núcleo de la historia. “Su evolución es el eje central del guion y la forma que tuvo Liz de escribirla la hacía sincera y verídica”, opina. “Su lazo es en cierto modo como el de un matrimonio joven. Ben y Kay llevan trabajando juntos cinco años, pero hasta ahora, nunca han tenido que afrontar dificultades serias. Ahora se enfrentan a su primera gran prueba y se presionan mutuamente hasta el punto en que crees que no van a poder aguantar más, y lo que resulta maravilloso de ver es que en vez de eso salen más fuertes”.
  También era importante para Singer establecer una relación directa entre la decisión de The Washington Post de seguir publicando los archivos del Pentágono y la audaz cobertura que realizó el periódico del escándalo Watergate (que se convirtió en el tema del clásico del cine de Alan J. Pakula “Todos los hombres del presidente”) “Esta es en cierto sentido la historia de origen de la investigación del Watergate”, afirma Singer. “De no haber contado con este equipo, podría no haberse producido la cobertura del Watergate. Los archivos del Pentágono básicamente cambiaron la forma de funcionar del periódico y condujo a esa posibilidad”.
  El guion ofrecía una nueva oportunidad a Singer de observar otro aspecto distinto del periodismo: el valor no solo para ir en busca de historias que llamen la atención, sino también para atreverse a publicar aquello que la gente poderosa pueda no querer ver publicado, obligar a las autoridades a rendir cuentas. LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO no trata decididamente sobre publicar una primicia, y era esencial dejar claro que fue The New York Times el medio que se adelantó con la exclusiva de los archivos del Pentágono.
  “The New York Times fue el periódico que destapó esta historia”, afirma Pascal. “De hecho, nuestra película empieza con Ben Bradlee volviéndose loco porque se ha enterado una vez más de que hay una historia que el Times tiene y él no. Es un periodista competitivo hasta a médula y el hecho de que el Times haya conseguido esta historia tan importante le saca de quicio. Pero lo interesante es que pasa de importarle el hecho de no haber conseguido la historia a preocuparle más cómo hacer llegar toda la verdad a la gente. Se convierte en una causa distinta para él, para Kay y para The Washington Post”.
  Para conseguir una mayor perspectiva, Singer consultó estrechamente con toda una serie de asesores técnicos con conocimientos de primera mano. Entre los principales se encontraban: Steve Coll, un veterano con 20 años de experiencia en el Washington Post como reportero y director editorial, que en la actualidad es redactor de plantilla de la revista New Yorker y decano de la Escuela de Periodismo de Columbia, Len Downie, que fue director gerente del Washington Post a las órdenes de Bradlee y lo sucedió como redactor ejecutivo en 1991, Andrew Rosenthal, antiguo editor de la página editorial de The New York Times e hijo de Abe Rosenthal, y R. B. Brenner, antiguo director del Washington Post, que en la actualidad es director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Texas en Austin. Miembros de las familias de Graham y Bradlee realizaron más contribuciones.
  Eso, señala Spielberg, suponía una notable diferencia con respecto a sus numerosas películas ambientadas en un pasado lejano. “Con muchas de las películas históricas que he hecho, la gente sobre la que tratan ya no está viva. No hay nadie a quien yo pudiera entrevistar o hacer que Tony Kushner entrevistara para ‘Lincoln’”, observa el director. “Pero para esta película, pudimos obtener información de la gente que formó parte de ese momento extraordinario en 1971. Nos beneficiamos de tener ocasión de conocer a Don Graham, su hijo Will, Lally Weymouth, así como Daniel Ellsberg y otras personas importantes de esa época que cambiaron el curso de la historia. Fue un regalo del cielo poder sentarnos en una habitación y hablar con la gente que estuvo allí”.
  Coll, que conoció personalmente a Graham y a Bradlee, disfrutó especialmente con el hecho de que la historia se centrara en esa pareja en ese momento crucial. “The Washington Post se benefició enormemente de contar con esos dos carismáticos líderes”, opina. “Para 1971, Graham había estado madurando. Llevaba varios años al mando del periódico y todavía estaba mudando la piel y transformándose en una líder de carácter. Los acontecimientos recogidos en la película suponen un punto de inflexión en su vida. Pusieron a prueba sus valores como nunca antes porque la obligaron a decidir si estaba dispuesta a poner su negocio, el negocio de su padre, en grave peligro por un principio editorial”.
  Ir a la cárcel era una verdadera posibilidad tanto para los reporteros como para la editora, recalca Coll. Tal vez incluso peor para Graham era la perspectiva de que el periódico de su familia pudiera hundirse. “Graham corría el riesgo de tener que afrontar cargos por desacato, e incluso prisión. Y también ponía el negocio en peligro, porque todo eso estaba sucediendo justo en el momento en que el periódico estaba vendiendo acciones en una OPV”, explica Coll. “Para aquellos de nosotros que tuvimos la suerte de conocer a Kay por aquel entonces, la vimos crecer y madurar hasta adquirir la enorme fuerza que demostró en este momento tan difícil”.
  El reparto entusiasmó a Coll. “No se me ocurre a nadie que encaje mejor que Meryl Streep. Al oír su voz, verla caminar, era como si la Sra. Graham hubiera vuelto a la vida. Y Tom Hanks no solo tiene el aspecto adecuado para el papel, sino que ha internalizado la forma que tiene Ben de caminar, reaccionar, bromear”. Len Downie concuerda: “Meryl no solo tiene el aspecto, actúa y suena como la Sra. Graham, sino que incluso parece pensar como ella. Y Tom captó esa cualidad intrépida de Ben Bradlee. Todos los actores que interpretan a los redactores y reporteros personifican a las personas que conocí. Es increíble”.
  A medida que el guion iba tomando forma, Spielberg aportó sus propias ideas, a su modo característico y personal. Pascal explica: “Me he pasado la mayor parte de mi vida desarrollando guiones, hablando de los personajes y la trama, pero así no es como lo hace Steven. Él lo hace desde el interior. Quiere saber cosas del tipo: ¿Cómo caminan los personajes? ¿Dónde dejan su abrigo cuando entran en una habitación? Puedes ver en tiempo real cómo el guion se va convirtiendo en su mente en una película. Observarlo ha sido una de las cosas más emocionantes de las que he formado parte”.
  Otra alegría para Spielberg fue contar una historia que trataba sobre una mujer poderosa, mientras él mismo se rodeaba de mujeres poderosas para la producción. “Esta historia tiene una faceta empoderadora, cuando ves a esta mujer encontrar su voz, así como su sentido de entrega personal”, afirma. “Me encantó estar rodeado cada día de rodaje de mujeres extraordinarias: nuestras magníficas productoras Amy Pascal y Kristie Macosko Krieger, así como nuestra estupenda coguionista Liz Hannah y toda una compañía de actrices llenas de talento. Ha sido muy emocionante”.
  Krieger comenta que Graham continúa siendo un modelo a seguir para muchas mujeres en 2017. “En la actualidad, todavía es complicado para las mujeres ascender en una cultura dominada por los hombres”, señala. “Vamos mejorando cada día, pero aún queda mucho por hacer. Graham abrió el camino como pionera para que todas podamos sentirnos cómodas alzando la voz y siendo mujeres fuertes. Así que pareció lo correcto contar con tantas mujeres asombrosas trabajando juntas para hacer esta película. En un determinado momento, nos dimos cuenta de que había más mujeres que hombres en el set de rodaje, y es la primera vez que me ha pasado eso. Parecía que el espíritu de Kay Graham estaba presente”.

UNA COLABORACIÓN INSÓLITA: KATHARINE GRAHAM Y BEN BRADLEE...
  Aunque la tensión de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO gira en torno a la lucha por publicar los mencionados documentos, también ofrece una imagen de colaboración, de cómo el total de las personas que trabajan juntas supera con creces la suma de sus talentos individuales. En el centro de esa historia se encuentran dos personas completamente distintas, que no obstante se presionan y motivan una a otra para dar lo mejor de sí mismos: Katharine Graham y Ben Bradlee. Esta emblemática alianza ofreció al equipo responsable del proyecto la oportunidad de unir a Streep y Hanks. Los resultados fueron electrizantes. “El primer día que Tom y Meryl pusieron pie en el set de la sala de redacción, la gente se quedó boquiabierta porque se habían convertido por completo en Kay y Ben”, recuerda Amy Pascal. “Ambos son la clase de actores que se transforman en sus personajes y fue asombroso”.
  Graham se acabaría convirtiendo en una de las mujeres más influyentes de Estados Unidos, una pionera que logró inesperadamente derribar las barreras laborales que por norma general impiden a las mujeres ascender en su profesión, para convertirse en jefa del imperio mediático de The Washington Post Company, y luego se convirtió por pura voluntad en la gran dama del periodismo audaz. Pero en la época de los archivos del Pentágono, todavía estaba haciéndose con su situación, aprendiendo a cómo manejarse como la única mujer con un cargo de responsabilidad.
  The Washington Post llevaba en poder de la familia de Graham desde 1933, cuando su padre, el financiero Eugene Meyer, lo adquirió. En 1946, a Meyer lo sucedió el marido de Graham, Phil, que a base de hacer hincapié en el periodismo de investigación consiguió hacer crecer el diario desde un periodicucho local a uno de talla nacional. En 1963, cuando Phil Graham se suicidó tras una grave depresión, le dejó el periódico a Katharine, por aquel entonces una madre de 46 años de cuatro hijos. Aunque sus amigos y los expertos le suplicaron que dejara a alguien con más experiencia dirigirlo, Graham asumió esa responsabilidad, alegando que quería hacerlo por sus hijos y el legado familiar.
  “Se quedó encantada cuando su padre le entregó el periódico a Phil, y consideró que su padre había tomado una decisión estupenda, porque Phil era muy inteligente. Habla de eso en su autobiografía. Adoraba y respetaba a su marido, y por eso pensaba que seguir sus pasos era lo más apropiado”, explica Spielberg.
  El hijo de Graham, Don Graham, que prestó servicio en Vietnam y ahora es presidente de Graham Holdings Company, aporta: “Mi madre pensó en su padre, pensó en su marido y decidió que intentaría llevar ella el negocio, el periódico en el que habían puesto tanto cuidado”.
La propia Graham escribiría más tarde: “A veces realmente no decides, simplemente sigues adelante, y eso fue lo que yo hice, seguí adelante ciegamente y sin pensar hacia una nueva vida desconocida”.
  Esa ‘nueva vida desconocida’ derribaría barreras. Todavía era una época en la que a las reporteras no se les permitía la entrada a los clubes chic de Washington donde los periodistas tenían acceso a los que manejan el poder. Pero nadie podía negar a Graham la entrada como jefa del Post. No obstante, tuvo que realizar una profunda introspección para hacerse valer. Criada en un entorno conservador en el que las mujeres eran tradicionalmente deferentes, más tarde confesaría que tuvo que esforzarse muchísimo para reclamar su confianza, escribiendo que sufría “de un deseo exagerado de complacer, un síndrome tan inculcado en las mujeres de mi generación que inhibió mi conducta durante muchos años”.
  Todavía andaba en busca de una mayor confianza cuando se vio metida de cabeza en el dilema de los archivos del Pentágono. Don Graham observa: “Lo esencial de mi madre era la baja autoestima que tenía, que he de reconocer que Meryl Streep capta muy bien. Muchos editores y consejeros delegados de periódicos son bastante engreídos. Podía citar nombres y lugares, pero Kay Graham siempre fue la capital mundial de la baja autoestima”.
  La hija de Graham, Lally Graham Weymouth, que ahora es redactora adjunta sénior de The Washington Post, agrega: “Creo que fue muy duro para ella, porque no había sido más que madre. Quiero decir que lo único que hacía era llevarnos de compras, o de paseo por el parque y organizaba algunos actos benéficos, pero no era periodista. No había trabajado profesionalmente antes de la muerte de mi padre... Creo que fue sumamente difícil, porque la verdad es que no tenía la experiencia necesaria, como ella misma admitía abiertamente”.
  Sin embargo, Graham, en plena evolución personal, tuvo que demostrar sus agallas y determinación, y dejar muy claro que estaba lista para apoyar sin reservas a su plantilla y los fundamentos de la libertad de expresión. Más adelante, Graham se haría incluso más famosa por urgir a su plantilla a destapar la verdad sobre los actos ilegales realizados por la Casa Blanca durante el escándalo Watergate. Pero la decisión de publicar los archivos del Pentágono fue un momento crucial, que marcaría un rumbo y consolidaría la reputación del Post como una institución periodística de prestigio cuya cabecera ahora dice reza “La democracia muere en la oscuridad”.
  Aunque los hechos externos forman parte de la historia, son los internos, sobre el ascenso de Graham, en los que Streep más se centra en LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO. Empezó documentándose con las memorias ganadoras del premio Pulitzer de Graham. “Está maravillosamente escrita, tan profundamente sentida, que es una de las autobiografías más absorbentes que he leído”, afirma. “En ellas pude percibir algo que sus hijos y amigos también me comentaron: que no siempre fue la Katharine Graham segura de sí misma que la gente llegó a conocer como la primera mujer en dirigir una empresa de la lista de Fortune 500. En otro tiempo fue alguien muy insegura de sí misma, producto de su época, un tiempo en que no se esperaba que las mujeres hicieran gran cosa más allá de buenas obras, criar bien a sus hijos y cuidar del hogar. Realmente, es difícil imaginar lo distinta que era esa época a menos que la hayas vivido. Y yo lo hice. Me encontré justo en el umbral en el que las mujeres empezaron a tener más oportunidades, y sin duda me beneficié de muchas de ellas. Pero ella estuvo en la vanguardia, así que no se sentía del todo cómoda tomando las riendas del liderazgo”.
  La actriz continúa: “Se puso firme en un momento en el que era muy difícil para ella hacerlo, cuando no solo dudaban de ella sus adversarios, sino también sus amigos. Creo que es algo especialmente solitario de hacer, mantenerte firme en esas circunstancias. Todo el mundo en esta historia lo hace. Todas y cada una de las personas asumen un riesgo. Y eso, más que nada, creo que es la historia de la película: cómo gente corriente puede realmente marcar la diferencia y cambiar el curso de la historia. Los grandes cambios pueden venir ocasionados por personas insignificantes”.
  Conseguir personificar a Graham —cuyo físico señorial lograba que a menudo pareciera tener las cosas más controladas de lo que tal vez ella creía tenerlas— también era algo fundamental. “Para mí, no era tan importante tratar de parecerme exactamente a ella, como lo era plasmar algo de su gracia personal, y también las dudas y vacilaciones que había tras las decisiones. Fue un reto muy interesante”, asegura Streep.
  Para los demás, la transformación resultó evocadora. Kristie Macosko Krieger observa: “Meryl estaba sumamente dedicada a lograr que todo quedara bien, habló con tantas personas que conocieron a Kay en ese momento de su vida como le fue posible. Trabajó mucho con Steven, consultó con Josh y Liz y no paró hasta que Meryl desapareció y surgió Kay Graham. El día que hicimos la prueba de peluquería y maquillaje, salió con su traje de ejecutiva y ahí estaba Kay Graham. Fue una locura. Desde luego, no es una imitación; sencillamente capta el espíritu de Graham”.
  También resultaba fascinante para Streep lo profundo que era el vínculo de Graham con Bradlee, que se convirtió en un pilar en el que apoyarse cuando parecía que todo podía venirse abajo. “Me gusta que su amistad sea platónica. Rara vez se ve eso en una película. Rara vez se ve simplemente una amistad de trabajo entre un hombre y una mujer”, opina. “Creo que Katharine adoraba a Ben. Sin una pizca de romance, creo que sentía que él era parte de ella”.
  Esa cercanía basada en objetivos comunes era algo significativo para explorar con Hanks. Streep encontró al actor sorprendente. “Todo el mundo sabe que Tom tiene fama de ser el tipo más encantador de Hollywood. Y es muy encantador”, asegura. “Pero también es muy listo, tremendamente listo. Y creo que esa es la cualidad que más tiene en común con Ben: ese ingenio chispeante y la sensación de que siempre va unos cuantos pasos por delante de todos los demás presentes en la habitación. En Tom se puede ver esa parte de la personalidad de Ben que quiere más, más, más de todos”.
  LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO también supone la primera colaboración real de Streep con Spielberg. “Steven se esfuerza mucho trabajando, y se esfuerza mucho pensando, pero es como un juego para él, porque tiene la capacidad de asimilación y la libertad de un niño”, observa. “Su forma de hacer cine tiene mucha improvisación, lo que me dejó pasmada. No sé qué es lo que esperaba, pero llegamos y no hubo ensayos. La verdad es que me sorprendió. En vez de eso, llegamos y nos pusimos a rodar, y a partir de ahí va variando. Fue muy espontáneo y muy emocionante. La gente estaba muy alerta, creedme”.
  Spielberg, por su parte, comenta sobre Streep: “El extremo hasta el que Meryl se sumergió en las profundidades de Katharine Graham... No sé ni cómo lo hizo, y yo soy el director”.
  Su compañera de reparto Carrie Coon también se quedó impresionada por la dedicación de Streep. Coon observa: “Durante el rodaje, Meryl no para nunca de trabajar. Así que, mientras mantienes una conversación, tiene a la vez los auriculares puestos y está escuchando la forma de hablar de Kay antes de una escena. Mi marido, Tracy Letts [que también aparece en el filme], dijo en un discurso que el error que cometemos con alguien como Meryl es suponer que es de algún modo mágica cuando, de hecho, Meryl se esfuerza muchísimo. Y eso es lo que resulta inspirador de ver a Meryl en el rodaje. Se puede ver la tremenda responsabilidad que siente hacia su personaje y teme a su modo no estar a la altura de sus propias expectativas”.
  Don Graham opina: “Creo que si mi madre pudiera ver a Meryl Streep interpretándola, le parecería estupendo”.
Aunque Graham se encontraba descubriéndose a sí misma en 1971, Bradlee tenía una reputación que le precedía: como el periodista serio por antonomasia, enérgico, tenaz y ferozmente independiente. La propia Graham había contratado a Bradlee en 1965 como director editorial adjunto, pero no tardaría en ascender, labrándose una reputación por contratar a los reporteros con más talento y presionándolos hasta lograr que alcancen todo su potencial.
  Lally Graham Weymouth recuerda sobre Bradlee: “Era descarado, encantador y muy, muy seguro de sí mismo. Creía que siempre tenía la razón, pero los reporteros lo adoraban, lo que creo que es un ingrediente importante de todo redactor ejecutivo. Y por esa misma razón atraía a grandes talentos. Mi primera impresión de él era la adulación y adoración que recibía de los reporteros”.
  Spielberg, que en otro tiempo fue vecino de Bradlee y mantuvo con él muchas conversaciones sobre el cine y la actualidad (aunque nunca sobre los archivos del Pentágono), aporta: “Ben era el comandante en jefe de la redacción del Post. Era el capitán de ese buque, de igual manera que otrora fue el capitán de un buque durante la Segunda Guerra Mundial. Y lo dirigía como si fuera una especie de operación militar benévola. Era un tipo duro, pero también tenía tenía un punto vulnerable. Le gustaba la gente y, por impaciente que pudiera ser a veces, mantenía a todo el mundo unido como una familia. Convirtió el Post en una de las mejores familias de noticias de la historia”.
  Con el tiempo, la insólita compenetración entre Bradlee y Graham, lo hosco e implacable que era él y lo reticentemente encantadora que era ella, se hizo tan legendaria en el mundo del periodismo como los propios archivos del Pentágono y el Watergate. Ambos tenían un objetivo común, comenta Don Graham: “Los dos querían hacer del Post un periódico tan grande como fuera posible”.
  Para Tom Hanks, que también escribe, explorar toda la complejidad del mundo de Bradlee fue uno de sus retos más gratificantes. Se metió de lleno a documentarse, recurriendo a fuentes personales tanto como pudo. “Hay un montón de información disponible sobre Ben Bradlee, empezando por supuesto por su propia autobiografía”, señala Hanks. “Hay un montón de entrevistas grabadas pero, lo que es más importante, hay docenas de personas que trabajaron con él con las que pude hablar, entre ellas su mujer, Sally Quinn. Hablamos sobre cómo era, por qué ella lo quería y a qué era a lo que se entregaba en el Post. Al final, llegué a reunir tanto material sobre Ben que la verdad es que me sentí frustrado, porque no podía incluirlo todo en la película”.
  Quinn, una periodista que se convirtió en la tercera mujer de Bradlee en 1978, comenta sobre su encuentro: “Desayuné con Tom y hablamos sobre Ben. Le dije: ‘Tienes esa cualidad que Ben poseía que no se puede inventar ni fingir que tienes: autenticidad. Eres totalmente quien eres y Ben era absolutamente quien era’. Y eso era algo intrínseco. Sin esa cualidad, no creo que pudiera haberlo conseguido”.
  Aun así, el papel estaba plagado de posibles escollos, sobre todo porque la imagen de Bradlee estaba ligada a la leyenda cinematográfica de “Todos los hombres del presidente”, tal como lo interpretara Jason Robards. Hanks elogia la interpretación de Robards en ese filme, pero al mismo tiempo dice que quería abordar al hombre de una forma distinta. “No me sentía intimidado porque ya lo hubiera hecho Jason”, asegura Hanks. “Pero me encontré con el problema de tratar de encontrar otro enfoque distinto a quién era el hombre. Busqué un resquicio por el que me pudiera colar que no se hubiera cubierto ya. Resultó ser esa idea en la que la gente siempre me hacía mucho hincapié, que Ben sabía cómo inspirar a todos los presentes”.
  Hanks continúa: “Ben poseía evidentemente un gran instinto periodístico, pero también sabía cómo motivar a la gente, era alguien que no solo podía engatusar a su plantilla sino también hacer que dieran lo mejor de sí mismos. Le encantaba su trabajo, pero sobre todo le encantaba el efecto que tenía su trabajo: descubrir la verdad, hacer las cosas como es debido y sacarla a la luz para permitir que la gente decida por sí misma. También era tremendamente competitivo, así que podía entender lo increíblemente frustrado que se sentiría por el hecho de que The New York Times se le adelantara con la historia de los archivos del Pentágono. No quería ser el director de un periodicucho de segunda categoría”.
  Cuando Quinn visitó el set de rodaje, el extremo al que Hanks había adoptado la característica imagen de Bradlee despertó profundas emociones. “Vi a Tom llevar su peluca de Ben, y pude ver que había hecho sus deberes. Había clavado todos los ‘movimientos de Ben’ y estaba haciendo esa especie de gesto de gallito que solía hacer Ben, sacando la barbilla. Lo miré y me derrumbé, me derrumbé por completo”, recuerda. “Empecé a llorar. No esperaba que pasara eso, pero entonces Steven me vio, se acercó corriendo y me rodeó con sus brazos, luego se acercó Meryl y a continuación se acercó Tom. Y Tom tenía un pecho fornido, así que le puse la cabeza en el pecho y me sentí como si fuera Ben. Le dije: ‘Me siento como si hubiera vuelto a la vida’”.
  Al igual que a Streep, a Hanks le interesaba mostrar una relación hombre-mujer muy compenetrados entre Bradlee y Graham basada en la veneración, en lugar del romance. “En el curso de estos acontecimientos, Ben desarrolló un gran afecto por ella, así como un gran respeto por todo lo que arriesgó”, observa Hanks. “Ella tuvo que ganarse su autoridad y, en ese momento, todo dependía de ella. Ella era la jefa y tenía que tomar la decisión; entonces fue cuando se convirtió en la Kay Graham legendaria. Ante todas las dudas y peligros que afrontaba, cuando Kay dijo ‘publicadlo’, creo que Ben se sintió más que aliviado. Sintió una tremenda admiración por ella”.
  Colaborar con Streep en momentos que sirvieron para definir dos vidas épicas fue especialmente intenso. Hanks recuerda: “Hay momentos entre Ben y Kay que considero de los más agobiantes que he tenido que representar nunca en un set. Y lo extraordinario de Meryl es que no hay un solo instante en que no esté reaccionando a ti. Te devuelve todo lo que le lances. Pero nada de eso está predeterminado. No pretende presionarte para llegar a ningún punto concreto. Intenta encontrar el momento junto a ti. Y trabajar con alguien así es una auténtica maravilla”.
  La relación de trabajo entre Spielberg y Hanks ya había quedado firmemente asentada a lo largo de sus colaboraciones anteriores en “El puente de los espías”, “Salvar al soldado Ryan”, “Atrápame si puedes” y “La terminal”, pero Hanks asegura que el director nunca deja de asombrarlo. “Steven es un gran regulador del tempo y el ritmo de una escena”, aporta. “Ignorará momentos que crees que son importantes e intervendrá en otros momentos concretos que ni se te ocurrió pensar que fueran tan necesarios. Por ejemplo, a veces se acercaba a mí y me pedía un poco más de voz, y otras veces se acercaba y decía: ‘no estés tan seguro de ti mismo’. Es capaz de hacer cosas con la historia que son más que la suma de lo que nosotros aportamos como actores. Steven sigue estando en plena forma”.
  Spielberg, por su parte, agrega: “Esta es la quinta película que Tom y yo hacemos como actor y director, y Tom no deja de sorprenderme cada vez que trabajamos juntos. No sabía que pudiera interpretar a un personaje así, pero lo ha hecho, y ha sido genial verle crear esta versión de Ben Bradlee”.

¿QUÉ SON LOS ARCHIVOS DEL PENTAGONO?...
El documento:
En marzo de 1971, el reportero de The New York Times Neil Sheehan obtuvo un acceso extraordinario a un informe altamente clasificado de 7000 páginas plagado de secretos gubernamentales inculpatorios. El documento, preparado originalmente a instancias del por entonces Secretario de Defensa de los EE. UU., Robert McNamara, en 1967, tenía el prosaico título, “Historia de la toma de decisiones de los EE. UU. en Vietnam, 1945-66”.
Por inocuo que sonara, el reportaje tendría unas consecuencias devastadoras que aún se sienten en la actualidad. El documento —que no tardaría en ser conocido en todo el mundo como los archivos del Pentágono— descubrió una siniestra verdad: que los amplios y variados engaños sobre la mortífera guerra que se estaba librando en Vietnam habían abarcado cuatro administraciones presidenciales, desde Truman hasta Eisenhower, Kennedy y Johnson. Los archivos del Pentágono desvelaron que cada uno de esos presidentes había engañado repetidas veces al público en cuanto a las operaciones de Estados Unidos en Vietnam y que, aunque el gobierno supuestamente buscara la paz, los militares y la CIA trabajaban en secreto ampliando sus operaciones bélicas. La documentación proporcionó una oscura historia cargada de pruebas de asesinatos, violaciones de la Convención de Ginebra, elecciones amañadas y mentiras al Congreso.
Esas revelaciones se convirtieron en noticias especialmente explosivas en un momento en el que soldados estadounidenses, muchos de ellos llamados a filas y obligados a servir, seguían corriendo peligro de muerte a cada instante. En última instancia, la guerra de Vietnam, de la que Estados Unidos se retiraría en 1975, se cobró las vidas de 58 220 militares y provocó de forma directa la pérdida de más de un millón de vidas. Los archivos del Pentágono sacaron a la luz los engaños que condujeron a muchas de esas muertes.

LOS ACTORES DEL REPARTO...
  “Steven siente verdadera pasión por los actores”, afirma la veterana directora de casting Ellen Lewis. “Desde el primer momento, tenía claro que quería a Matthew Rhys para interpretar a Daniel Ellsberg, Bruce Greenwood para Robert McNamara y Sarah Paulson para la Sra. Bradlee, y eso era un gran comienzo”. Al final, Spielberg y Lewis acabaron reuniendo a un gran elenco, de más de 20 intérpretes, que incluía a algunos de los actores más interesantes de la actualidad, muchos de los cuales han formado parte del resurgimiento que está viviendo la televisión en estos principios del siglo XXI. 
  Alison Brie interpreta a la hija mayor de Katharine Graham, Lally, que no tenía más que 23 años durante los acontecimientos recogidos en el filme. A Brie le encantó interpretar a una joven que no duda en cuestionar o censurar a su madre pero también está totalmente entregada a apoyar a una mujer que sabe que está rompiendo moldes en su generación. “Lally, como su madre, es tremendamente inteligente. Tiene unas ideas muy claras y desde luego no se las calla. Tenía una relación muy franca con Kay. Fue muy divertido de interpretar porque pone en entredicho a su madre”, explica Brie. “Es la clase de persona que te dice las cosas como las ve, y a veces eso es justo lo que su madre necesita”.
  Spielberg se alegró de contar con Brie para ese personaje. “La seguí en ‘Mad Men’ y la vi en ‘Mud’ y creo que es una actriz extraordinaria, así que fue estupendo poder asignarle el papel de Lally”, comenta.
  Independientemente de sus lazos, madre e hija tienen que afrontar un importante salto generacional. Seguramente pocas generaciones han estado tan divididas como los padres que se hicieron adultos durante la Gran Depresión y los hijos que lo hicieron en las décadas de los 60 y 70, en las que se produjeron innumerables cambios sociales. “Nos encontramos en pleno movimiento de liberación de la mujer y eso causa discusiones entre Lally y su madre”, comenta Brie. “Kay se crió en una familia muy tradicional, pero Lally representa realmente a esa generación más joven que sentía que tenía que hacerse oír mucho más claramente en cuanto a los derechos de las mujeres”.
  Brie se vio metida directamente en faena en su primer día de rodaje, actuando frente a Streep como Graham, pero recuerda que Streep la tranquilizó al meterse tan completamente en la escena que Brie se quedó embelesada. “Sientes que Meryl está totalmente metida en la piel de esa persona, y que se encuentra viviendo el momento contigo. Cuando la miré a los ojos, podía ver que Kay fluctuaba constantemente entre sentirse segura y sentirse aterrada. Fue algo emocionante de ver”.
  En cuanto a la compenetración entre Lally y Kay, Streep opina: “Nunca te sientes tan estúpido como cuando estás con tus hijos, porque no te dejan pasar una y siempre te corrigen. Me encanta su relación de madre e hija, porque me parece muy real. Y Alison le aporta mucho sentimiento al papel”.
  Carrie Coon se incorpora al reparto como la difunta escritora de editoriales del Washington Post Meg Greenfield, conocida por su chispeante ingenio, que además recibió el premio Pulitzer en 1978. Como otra mujer pionera que logró llegar a lo más alto del periodismo en esa época dominada por los hombres, Greenfield congenió con Graham. También escribió una columna de opinión fundamental en 1971, titulada “El conflicto de dos grandes estados: Reflexiones sobre los archivos del Pentágono”, que analizaba los argumentos del Tribunal Supremo a favor de la publicación.
  A Coon le atraía especialmente el énfasis del guion en la evolución de Graham. “Lo que la hace tan personalmente relevante para mí es que trata sobre una mujer que da lo mejor de sí misma bajo una presión tremenda. Me resultó muy interesante cómo la capacidad de liderazgo de Kay se forjó en este crisol que al mismo tiempo fue un momento tan decisivo de nuestra democracia”. En cuanto al vínculo entre Greenfield y Graham, opina: “Creo que se hicieron amigas porque en situaciones así necesitas aliados. Ambas eran mujeres en situaciones en las que en general los hombres son los que tienen el poder”.
  No fue fácil documentarse sobre Greenfield, que evitaba ser el centro de atención. “Nunca se dedicó a darse bombo”, comenta Coon. “Encontré un libro muy fino que escribió titulado ‘Washington’, que nunca llegó a acabar, y también había una preciosa introducción al libro escrita por Katharine Graham. Además, encontré una entrevista que Meg hizo con Charlie Rose hacia el final de su carrera, después de ganar el Pulitzer”. Pero Coon también aprovechó las historias que le contaron los periodistas que trabajaban como asesores de la película, así como el nieto de Graham, Will. “Will me contó algunas historias estupendas sobre cómo Meg lo defendió toda su vida. Tener un contacto personal como ese siempre resulta enriquecedor cuando intentas dar vida a una persona real”.
  David Cross, el cómico monologuista convertido en actor al que se ha podido ver recientemente en la serie de Netflix “Unbreakable Kimmy Schmidt” (y que ya había trabajado anteriormente con su compañero de reparto Bob Odenkirk en la serie “Mr. Show with Bob and David”), interpreta a otro miembro muy respetado del equipo del Washington Post: el director editorial Howard Simons. Simons, reportero desde la década de 1950, se convertiría más adelante en conservador de la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard. Simons también es un personaje clave de “Todos los hombres del presidente”, interpretado por Martin Balsam en esa película.
  Lo que Cross encontró sumamente interesante del guion fue la visión que ofrecía desde dentro de acontecimientos que normalmente solo se ven desde fuera. “Había oído hablar de los archivos del Pentágono, pero no era consciente de lo que pasó en el Washington Post”, desvela Cross. “No sabía nada sobre el ascenso de Kay Graham a un puesto de responsabilidad en medio de todo eso”.
  A Cross también le entusiasmó cómo Hanks se desvivió por congeniar con todo el reparto que interpretaba a la plantilla del Post, reuniendo a las tropas de forma muy similar a como el propio Bradlee habría hecho. “La autenticidad de Tom fue una de las claves para que este rodaje resultara divertido, distendido y tremendamente satisfactorio. Al principio, invitó a todos los que interpretaban a redactores y reporteros a su casa de Nueva York para un gran almuerzo, lo que ayudó a establecer mejores relaciones ante las cámaras. Es la clase de persona que se acuerda del nombre de todo el mundo y pregunta a todos: ‘¿Cómo estás?’. Nada es fingido”.
  Otra figura histórica que figura en LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO es uno de los individuos más controvertidos del siglo XX: el general Robert S. McNamara, Secretario de Defensa de los presidentes Kennedy y Johnson, considerado a menudo el arquitecto de la implicación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. McNamara fue directamente responsable de las decisiones que ampliaron la guerra, cuyas consecuencias lo perseguirían hasta su muerte en 2009. Acabaría por hacer pública una disculpa al pueblo estadounidense, diciendo: “Estábamos equivocados, terriblemente equivocados”. Fue también McNamara quien encargó inicialmente el estudio sobre la guerra de Vietnam que acabaría convirtiéndose en los archivos del Pentágono. McNamara también consideraba a Graham una querida amiga, lo que no hizo sino complicar aún más la decisión que tenía que tomar.
  Se encarga de interpretar el papel Bruce Greenwood, conocido por encarnar a varios presidentes estadounidenses en películas como “13 días”, “La búsqueda: El diario secreto” y “Kingsman: El círculo de oro”, al ‘capitán Pike’ en el relanzamiento de las películas de Star Trek y a ‘Gil Garcetti’ en “American Crime Story: The People v. O. J. Simpson”. Greenwood considera que McNamara tenía un defecto fundamental: “Era una fuerza de la naturaleza que no podía no tomar una decisión. Prefería tomar una mala decisión a esperar sin tomar ninguna, y acabó pagando muy caro esa actitud en su vida”.
  Greenwood encontró fascinante la complicada relación de McNamara con Graham. “Sentían un tremendo respeto mutuo. Bob había sido un gran apoyo para ella tras la muerte de su marido y fue un buen amigo durante la época más dura de su vida”, aporta. “Pero Kay también tenía un hijo [Don] que fue a Vietnam y cuando descubrió que McNamara sabía que la guerra no se podía ganar militarmente, creo que no pudo conciliar ese hecho. Su hijo volvió a casa, pero otras decenas de miles no lo lograron, y McNamara sabía en todo momento que Estados Unidos no podía ganar. Tuvo que sentirse traicionada”.
  A Greenwood no le faltó material de lectura sobre McNamara, y se basó en especial en el libro de Deborah Shapley “Promise and Power: The Life and Times of Robert McNamara”. También estudió muchas imágenes filmadas. “Incluso después de terminar el rodaje, seguí estudiando a McNamara, porque todavía quería entenderlo”, confiesa Greenwood. “Era un tipo muy complejo”.
  El marido de Carrie Coon, el dramaturgo ganador del premio Pulitzer y actor Tracy Letts (“Homeland”) encarna a otro fuerza fundamental del Post: Frederick “Fritz” Beebe, presidente del consejo de The Washington Post Company en 1971. Beebe, un antiguo abogado de Wall Street que trabajaba para el Post desde 1933, sigue estando considerando en la actualidad como una figura paterna del periódico (falleció a los 59 años de edad en 1973). Graham confiaba plenamente en él y, aunque al principio se muestra reacio ante la idea de publicar los archivos del Pentágono, Beebe dejó en última instancia la decisión en manos de la editora. Letts comenta: “Fritz era una presencia muy importante en la vida de Kay, una presencia paternal y un asesor legal, que además la aceptaba claramente como la encargada de dirigir la empresa”.
  Como alguien dedicado al arte dramático, Letts disfrutó especialmente observando a Spielberg mientras trabajaba. “Me encanta que venga de la escuela en la que no deja de montar mentalmente la película. No tuvimos que rodar mucho material complementario porque sabe exactamente cómo lo va a montar todo. El hecho de que también sea un hombre encantador y divertido, y un modelo de conducta ejemplar durante el rodaje, que disfruta con el trabajo en equipo, nos permitió a todos dar lo mejor de nosotros mismos”.
  Bob Odenkirk, famoso por hacer del desmesurado abogado criminalista Saul Goodman en “Breaking Bad” y “Better Call Saul”, da un giro dramático con otro personaje real: el difunto Ben Bagdikian, un galardonado periodista que se incorporó a The Washington Post en 1970, y cuya relación anterior con Daniel Ellsberg y la Corporación Rand lo llevaron a conseguir su propia copia de los archivos del Pentágono. Más tarde, Bagdikian se convertiría en el decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad de California, Berkeley.
  “Ellsberg decidió confiar en que Bagdikian seguiría adelante con la publicación de los documentos y en que haría llegar un segundo juego de los mismos a un congresista, para que los incluyera en el registro del Congreso, que es exactamente lo que pasó”, explica Odenkirk. Aunque Bagdikian sabía que podía sufrir graves consecuencias legales, Odenkirk cree que la mayoría de la gente apoyaría su decisión de seguir husmeando e informando. “Creo que la mayoría de los estadounidenses, independientemente de su afiliación política, diría: ‘Quiero toda la verdad. Me gustaría tener acceso a todos los hechos sobre lo que hace mi gobierno’. Eso es lo que Ben intentaba hacer”.
  En cuanto se hizo con el papel, Odenkirk se puso a documentarse, leyó la autobiografía de Bagdikian y vio imágenes filmadas. Profundizó en el vínculo que había entre el reportero y Bradlee, que eran polos opuestos. “Bagdikian escribió que cuando empezó a trabajar como reportero aprendió a encajar. Consideraba que su trabajo consistía en saber escuchar y no mezclar mucho su personalidad en el momento. En contraste, Bradlee tenía una personalidad enorme y disfrutaba de no tener que esconderla para nada”.
  Trabajar con Hanks ayudó a consolidar ese concepto. “Tom es la bomba. Es verdaderamente la personificación del actor que vive el momento. Su energía está siempre presente y siempre en el momento en el set. Así que al actuar con él, tienes ocasión de interpretar el momento como si fuera nuevo cada vez, que es lo que todo actor quiere más que nada”, afirma Odenkirk.
  Sarah Paulson, ganadora del Globo de Oro y del Emmy por su interpretación de Marcia Clark en “American Crime Story: The People v. O. J. Simpson”, encarna a la mujer de Ben Bradlee, Antoinette “Tony” Bradlee. Querida por su encanto y conocida como una de las anfitrionas sociales más destacadas de Washington D.C. en los 50 y 60 (de la que se decía incluso que se había ganado la admiración de John F. Kennedy), Tony tendría un impacto indeleble en Ben, aunque su matrimonio no duraría. Se divorciarían en 1973, tras lo que Tony regresaría a su pasión por las artes plásticas.
  En LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO, es Tony la que ayuda a Ben a entender la difícil posición en que se halla Graham. “Tony intenta apoyar a Ben en un momento muy complicado”, explica Paulson. “Pero Tony también es la que finalmente le dice a Ben que tiene que pensar en lo que todo eso le está costando a Kay. Para Ben, un curtido periodista, resultaba fácil decir: ‘Esto es lo moralmente correcto’. Pero Tony le muestra que que lo que Kay se juega es muy distinto, especialmente como mujer”.
  Pese a que Tony Bradlee vivía en una época y un mundo en el que no se esperaba de ella que fuera más que un mero apéndice de su marido, Paulson se centró en su individualidad. “Descubrí al documentarme que era una mujer verdaderamente formidable, y al mismo tiempo con una actitud despreocupada y natural”, asegura. “Era una ceramista y no le interesaba lo más mínimo la política. Lo hizo bien, se ponía su vestido e invitaba a gente a sus fiestas, pero no pensaba matarse en la cocina. Tenía su vida”.
  Uno de los principales alicientes del papel era la oportunidad de trabajar con Hanks. “Creo que lo maravilloso de que Tom interprete a Bradlee es que tras esa dura fachada tienes el gran corazón de Tom, que afecta a cada decisión que toma como actor. Es increíblemente inteligente, pero se deja llevar por su corazón. Incluso cuando interpreta a un hombre que es duro y terco, se deja llevar por sus sentimientos. Como actor, puedes sentirlo en las escenas que haces con él”.
  Paulson sentía interés por Graham desde hace años, cuando leyó su autobiografía por primera vez. “Resultó una inspiración increíble cuando era joven”, recuerda, “comprender que una mujer podía ocupar un puesto de tanto poder. Fue la primera editora de un periódico de ese calibre en toda la historia de nuestro país, a la vez que tenía que cargar con el peso de su historia familiar, sobrevivir como viuda y criar a sus hijos mientras era el centro de atención”. Ver a Streep personificar a Graham fue una revelación. “Meryl es en cierto modo un receptáculo. Es permeable. Cualquier cosa que decida hacer se vuelve tangible y real,” observa Paulson.
  Uno de los mayores retos del casting fue encontrar al actor adecuado para hacer de Daniel Ellsberg. Continúa siendo una figura vista por muchos como un traidor y por otros como un héroe de la transparencia. El Ellsberg real tenía muchos matices. Se graduó por Harvard, era miembro del Cuerpo de Marines de los EE. UU., tenía un doctorado en Económicas y era un oficial del Pentágono que pasó dos años en Vietnam antes de empezar a trabajar para la Corporación Rand, donde contribuyó al estudio que acabaría conociéndose como los archivos del Pentágono, antes de convertirse en informante y hacer públicos los datos de ese mismo estudio.
  Se encarga de interpretar el papel Matthew Rhys, especialmente conocido en los últimos años por interpretar a un agente durmiente soviético en la alabada serie de televisión del canal FX “The Americans”. Rhys ve a Ellsberg y Graham en caminos similares, cada uno de ellos movido a actuar de manera arriesgada, que posiblemente infrinja la ley, pese a tratarse de ciudadanos respetables. “Ambos se vieron metidos en una situación que les obligó a tomar decisiones enormemente importantes, con graves consecuencias en cuanto a lo que sucedería a grandes cantidades de personas, y también a ellos mismos. Ambos fueron pioneros que se forjaron sobre la marcha”, observa.
  Rhys cree que Ellsberg ya no podía vivir consigo mismo con las verdades que sabía sobre la guerra. “El extremo al que habían llegado las mentiras al Congreso y, en especial, al pueblo estadounidense le molestaba profundamente. Hay un momento muy sencillo en la película, en el que a Ellsberg le preguntan sobre Vietnam y responde: ‘Todo sigue igual’. En otras palabras, se trata de una guerra imposible de ganar y eso no cambió nunca. Tuvo el valor de decirlo y de decir que lo que varios presidentes habían hecho en Vietnam era malo para el país”.
  Como parte de su preparación para el papel, fue un gran placer para Rhys viajar a California a pasar algo de tiempo con Ellsberg. El actor sabía que no quería tratar de imitar al hombre, pero sí que le sirvió para hacerse una mejor idea de su esencia. “Conocer a Ellsberg fue increíble, porque descubrí que tiene más garra de lo que me había dado cuenta. No esperaba ese torbellino de información y conocimientos enciclopédicos de todas las administraciones desde entonces hasta la actualidad. Es increíblemente inteligente y sin ninguna duda aún hay fuego ardiendo en su interior”, observa.
  Además, tenía una pregunta importante para Ellsberg: “Le pregunté: ‘Durante esa época en la que fuiste objeto de una persecución por parte del FBI, ¿tuviste miedo?’ Y me respondió: ‘No, porque estaba absolutamente convencido de lo que estaba haciendo’. Y esa me proporcionó una verdadera clave de cómo era. No era un tipo angustiado y presa del pánico escondido en un motel. Estaba seguro de lo que hacía y estaba dispuesto a sacrificarse para que la verdad pudiera prevalecer”.
  Se encarga de interpretar al director editorial del New York Times, Abe Rosenthal, un ganador del premio Pulitzer que trabajó para el periódico durante 56 años, el actor Michael Stuhlbarg, al que también se ha podido ver este año a las órdenes de Guillermo del Toro en “La forma del agua” (y que ya trabajó con Spielberg en “Lincoln”). Stuhlbarg señala que Rosenthal puso el proceso en marcha al asumir el mayor riesgo de todos. “Por lo que he leído sobre Rosenthal, no tuvo nunca la más mínima duda de que iba a publicar los archivos, pero tenía una gran pelea entre manos con todas las demás personas a las que les preocupaba mucho que eso dañara la reputación del periódico, entre otras cosas”, explica.
  Rosenthal desde luego conocía a los jefes de The Washington Post, pero tal vez no los viera aún como la competencia. “No creo que Abe viera al Post más que como un pequeño periódico familiar por aquel entonces, y hasta ese momento no habían demostrado necesariamente que fueran nada más que eso”, prosigue Stuhlbarg. “Kay Graham y él comían juntos de vez en cuando, porque estaban en el mismo negocio, pero no creo que Abe se sintiera amenazado por ella”.
  A Stuhlbarg le entusiasmó interpretar a una leyenda del periodismo. “Según tengo entendido, Rosenthal era muy franco y le interesaba el periodismo del más alto nivel. Solo vemos retazos de él, pero fue divertido tratar de reflejar parte de la energía por el que era conocido. Ser reportero era parte de su ADN, y se tomaba sus responsabilidades muy en serio”.
  El hijo de Rosenthal, el periodista Andy Rosenthal, visitó el set de rodaje de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO y aportó sus percepciones. Explica el papel que desempeñó su padre: “La decisión de publicar los archivos del Pentágono fue algo muy gordo, porque el Times sabía que iba a tener un impacto tremendo. Estaban seguros de no estar dañando la seguridad nacional porque se trataba de información histórica, no se trataba de estrategia, táctica ni movimientos de tropas. El editor del Times, Arthur Sulzberger, era un marine retirado y la idea de publicar todos esos documentos secretos le ponía sumamente nervioso. Pero sus redactores, encabezados por mi padre, estuvieron convincentes. Al final, decidió hacerlo en contra del consejo de sus abogados. Y el impacto fue instantáneo... En lo que se refiere a nuestra comprensión de lo que había pasado en Vietnam, era increíblemente importante. En lo referente al periodismo, era más importante aún, porque sirvió para establecer unas reglas básicas, aunque todavía sigue habiendo mucha tensión entre ellos”.
  También recuerda la atmósfera imperante de miedo entre todos los involucrados, incluidas sus familias: “Recuerdo que, aunque no tenía más que 15 años y no sabía todo lo que estaba pasando, mi padre llegaba a casa y hablaba de ello, y siempre tuvimos mucho miedo de que fuera a acabar en prisión”.
  La atmósfera del set de rodaje encajaba con lo que Rosenthal recordaba de la época, y en especial de la gente involucrada. “Tom Hanks y Meryl Streep han hecho un trabajo excelente ofreciendo la esencia de cómo eran realmente estas dos personas”, comenta. “Me dejé llevar por todo ello”.
  Bradley Whitford, ganador de dos premios Emmy por sus papeles en “El Ala Oeste de la Casa Blanca” y “Transparent”, interpreta a uno de los pocos personajes de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO no basado directamente en una persona real: Arthur Parsons, una amalgama de varias personas que estaban preparando por aquel entonces a The Washington Post para su OPV. En la película, Parsons es quien adopta la postura contraria para proteger el futuro del periódico al no publicar los archivos del Pentágono. Para Parsons, publicarlos sería jugar a la ruleta rusa con el futuro de todos los que trabajan para el periódico.
  Whitford explica: “Parsons cree que Graham estaría poniendo en riesgo a todas las personas que trabajan en el Post, así como todas las posibles historias importantes que podrían publicar más adelante. Peor aún, estaría asumiendo ese gran riesgo justo en el momento en el que la empresa intenta llevar a cabo una OPV. Así que Parsons se encuentra en una situación difícil. Necesita que Graham y Bradlee entiendan cuáles son las posibles consecuencias de lo que pretenden hacer, aunque les cueste escucharlo”.
  Como reflejo de las actitudes preponderantes de la época, Parsons es además un hombre que no se siente especialmente cómodo cuando tiene que tratar con mujeres con poder. Whitford señala: “En 1971, era insólito que alguien como Arthur Parsons tuviera que hacer frente a una mujer que esté al mando y tenga la última palabra, y eso es una actitud muy interesante con la que jugar”.
  Puede que Parsons sea el antagonista más claro de la película, pero también es su vehemencia en contra de publicar los documentos lo que empuja a Graham a ponerse firme en su postura. “Hay cierta reticencia, dada la procedencia de Kay, a tomar esa decisión, pero eso es parte de lo que hace que funcione tan maravillosamente como heroína de la película”, opina Whitford. “Es una heroína a su pesar que, en ese momento, bajo presión, toma la decisión más valiente que una persona pueda tomar”.

EL MUNDO DE LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO...
  El dinamismo de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO procede no solo de la creciente tensión que sufren sus personajes. Se fragua igualmente a través del ritmo de la película y de su decidida atención a los detalles visuales de su mundo de reporteros e individuos influyentes de la década de 1970 —cada uno de los cuales cuenta su propia parte de la historia. Spielberg trabajó con un equipo de primera, con la mayoría de los cuales lleva colaborando desde hace décadas, para evocar esa atmósfera. Un integrante vital de ese equipo es Janusz Kaminski, su director de fotografía de confianza, y un cineasta de talento por derecho propio (además de haber ganado sendos Óscar por “La lista de Schindler” y “Salvar al soldado Ryan”).
  “Janusz es un pintor con la luz y la forma que tienen Steven y él de trabajar juntos es maravillosa”, opina Pascal. “Una de sus ideas era mostrar que Kay era la única mujer en una habitación llena de hombres y esa historia se cuenta en cada escena”.
  La pareja también se centró en superficies reflectantes a lo largo de todo el filme. “Esta película trata de reflexionar sobre nuestra historia”, explica Krieger, “así que Janusz y Steven trabajaron juntos para resaltar los reflejos, por ejemplo, en el techo de la sala de redacción, o incluso en una cabina telefónica, que se convierten en parte de la narración”.
  Kaminski y Spielberg optaron por filmar en película de 35 mm, como guiño al cine de los años 70, pero también como forma de darle vida a la riqueza de cada detalle. “Janusz y yo queríamos hacer que la película no pareciera contemporánea, sino rodada a principios de los 70”, aporta Spielberg. “Todo era cuestión de la paleta de colores y su temperatura, y de coordinar la iluminación de Janusz con el magnífico vestuario de Ann Roth”.
  Spielberg además disfrutó con la libertad de rodar un drama centrado en los personajes después de haber filmado una superproducción épica llena de efectos especiales, cambiando los intrincados storyboards que exige un proyecto de ese tipo por un estilo mucho más libre.   “En lo referente a dónde colocábamos la cámara, lo decidía casi sobre la marcha, lo que me resultó muy divertido. Me encanta hacer eso cuando puedo”, asegura.
  Meryl Streep opina: “El aspecto de esta película hace que lo sucede en las oficinas y en las cenas resulte absorbente y tan animado que estás deseando saber qué pasa a continuación. Janusz y Steven están perfectamente compenetrados. Es como si vieran las cosas a través de un solo par de ojos”.
  La tarea de recrear las oficinas del Washington Post, donde se desarrolla buena parte de la acción, recayó en Rick Carter, el diseñador de producción ganador del Óscar en dos ocasiones, que metió al reparto y al equipo de lleno en el ambiente. “El realismo de ese set era increíble”, opina Pascal. “Parecía tener incluso colillas de cigarrillos de 1971. Pero nada estaba exagerado. A veces ves películas de época en las que los detalles se vuelven más importantes que la narración, pero todo lo que hace Rick está siempre al servicio de la película”.
  Para Spielberg, que estaba tan sumido hasta en los más mínimos detalles de las labores de producción, fue ver las reacciones de los demás lo que realmente le hizo darse cuenta del resultado que habían conseguido. “Recuerdo que invité a un amigo mío que todavía trabaja para The Washington Post, Richard Cohen, a que visitara el rodaje, y se pasó un día por el set, llegó a la sala de redacción, echó un vistazo a su alrededor y al instante se le llenaron los ojos de lágrimas. Dijo: ‘Este es el lugar’”.
  Carter se puso a documentarse para representar una época del mundo editorial completamente distinta a la nuestra, una época en la que no había un solo ordenador en las redacciones de los periódicos, que en su lugar estaban llenas de máquinas de escribir repiqueteando y teléfonos fijos. Aunque los amantes del cine puedan recordar las bulliciosas entrañas de The Washington Post en “Todos los hombres del presidente”, Carter no tardaría en descubrir que las oficinas del Post estaban situadas en un edificio completamente distinto con una decoración diferente en 1971, así que tuvo que ponerse a estudiar minuciosamente las escasas fotografías de archivo que aún quedaban de entonces.
  “Encontramos unas 10 fotografías que nos sirvieron como orientación, pero no teníamos fotos de todo, así que en parte es una impresión de cómo podría haber sido. Una de las cosas que vimos era que la redacción del Post por aquel entonces era un lugar enorme un transparente”, describe. “Estaba completamente abierto, un batiburrillo de escritorios, máquinas de escribir, agendas de contactos, teléfonos, duplicados de historias por todas partes, ceniceros. Me parecía completamente como el fin de una era y el principio de otra, que en cierto modo es de lo que trata la película”.
  Carter tenía un claro objetivo con su diseño: “Quería crear una sala en la que los actores pudieran sumergirse, de inmediato, en la realidad de una redacción de 1971. Siempre que trabajo con Steven, lo que intento diseñar para él es una especie de mentalidad de plató exterior en el que mire donde mire, pueda sentirse metido en el mundo de la historia”.
  El primer reto era buscar un lugar adecuado que sirviera como marco de su trabajo. En última instancia, Carter localizó un edificio de oficinas vacío en White Plains, Nueva York, que estaban a punto de convertir en apartamentos de lujo. Justo antes de la renovación, el equipo de rodaje se puso manos a la obra y convirtió esa página en blanco para crear el mundo de LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO. “Nos dio un lugar al que podíamos aportar todos los detalles necesarios”, explica Carter.
  Para Carter, los despachos particulares formaban parte indeleble de cada personaje. En el centro de la acción se encuentra el eje central desde el que se domina todo: el despacho de Bradlee. “Ben trabaja en un cuarto completamente transparente”, aporta Carter. “Es como si fuera el capitán del barco, que controla a todos los demás que trabajan con él. A Tom le gustó mucho poder ver a todos los que se encontraban en la redacción. Y Janusz encontró formas creativas de iluminarlo todo para que el mundo de Bradlee parezca personal pero a la vez también permita captar todo lo que suceda a su alrededor”.
  Al igual que sus personalidades contrastaban, también lo hacían los despachos de Bradlee y Graham. Carter comenta: “En lugar de estar a la vista de todos como el de Ben, el despacho de Kay estaba escondido en la suite ejecutiva. Teníamos documentación de los reportajes de ‘60 Minutes’ y unas cuantas fotos. Ben y Kay eran muy diferentes, pero un aspecto importante para mí era cómo se complementaban mutuamente, así que los ves unir fuerzas en la redacción. Se dan cuenta de que ciertas cosas que no pueden hacer por sí solos, las pueden hacer mejor si trabajan unidos”.
  Tom Hanks disfrutó especialmente con las máquinas de escribir de mediados de siglo, ya que el actor siente obsesión por las máquinas de escribir retro. “El sonido que hacen es especialmente fantástico”, opina. “Las salas de redacción ya no suenan así. Ese maravilloso ruido blanco de fondo transmite a la perfección la esencia de una sala de redacción de esa época”. La redacción parecía tan real que Hanks empezó a vivir en ella. “Me echaba siestas en el sofá que había allí, como solía hacer Ben Bradlee”, confiesa. “Rick Carter es un genio creando sets que parecen de verdad, como ese”.
  Siguiendo las instrucciones de Carter de llenar los decorados con los restos de un periódico de verdad, la jefa de atrezo Diana Burton consiguió encontrar muchos artefactos auténticos, entre ellos una copia palabra por palabra de los archivos del Pentágono, que pudo explorar en persona en Washington, D.C. “Los archivos son una de las estrellas de la película”, señala Burton, “así que teníamos que contar con algo cercano a la realidad. Creamos un juego completo: 44 volúmenes, 7700 páginas en total. Fui a los Archivos Nacionales y los tuve en mis manos, así que pude ver en qué clase de papel estaban impresos, de modo que los que creamos eran históricamente correctos”.
  Otro objeto de atrezo extraordinario por el que Burton removió cielo y tierra hasta encontrarlo fue la fotocopiadora que Daniel Ellsberg utiliza para copiar a hurtadillas los archivos en una agencia publicitaria cercana. “Como si fuera periodista, recurrí a tres fuentes para confirmar cuál fue la máquina exacta que se utilizó, una Xerox 914. Incluso entonces, no fue fácil de encontrar”, admite Burton. “Localizamos una en el Museo Xerox de Rochester. Nos la prestaron con una advertencia: no la podíamos enchufar o se quemaría. Así que tuvimos que apañar la luz y la acción del papel saliendo, pero fue un hallazgo espectacular”.
  Los diseños de Carter y el atrezo de Burton para LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO lograron que aquellos que vivieron esos momentos se sintieran transportados de forma evocadora. “Mi primer día en el set fue casi como una experiencia extracorporal”, recuerda el veterano del Post Steve Coll. “Con todos los extras que parecían reporteros de los años 70, todos los teléfonos negros y todo el humo del tabaco flotando en el aire, resultaba muy real. El ansia de este equipo de cineastas por lograr la máxima exactitud posible era impresionante”.
  El equipo de Carter también recreó el edificio del New York Times alrededor de 1971. Utilizaron el edificio de la General Society of Mechanics and Trades en Exchange Place para falsificar la fachada del Times, así como la sala de redacción secreta en la que Abe Rosenthal editó la primera historia de los archivos del Pentágono. Carter echó un vistazo a los espléndidos globos que flanqueaban la entrada de la General Society y quedó convencido. “Los globos forman parte de la iconografía del Times”, afirma Carter. “Emanan luz, lo que es una metáfora perfecta de lo que deberían ser las noticias”.
  Tras colocar otros cinco globos más en la fachada, pintar el logotipo del Times con su tipografía correspondiente en el cristal opaco y colgar una placa del Times de la pared opuesta, el viejo edificio cobró vida. El resultado fue tan evocador que el New York Times actual incluso publicó un artículo sobre la transformación.
  Carter también recorrió las antiguas residencias de Graham y Bradlee en Georgetown para hacerse una idea de su distribución, que recreó en platós cerrados en los estudios Steiner de Brooklyn. Otras localizaciones clave fueron las imprentas del Bronx del New York Post, que hicieron las veces de las imprentas retro del Post, así como el juzgado estatal de Brooklyn y la biblioteca Low de la Universidad de Columbia, que hicieron respectivamente del tribunal federal y del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. En el exterior de la biblioteca Low, Spielberg filmó el emblemático momento en que Graham y Bradlee salen del juzgado, donde los jueces acabarían fallando a su favor por 6-3.
La imprenta, equipada con máquinas auténticas de linotipia de la vieja escuela, fue una de las localizaciones favoritas de Streep. “Rick realmente se lució cuando encontró y se trajo toda una serie de imprentas viejas de tipos móviles que ya no existen. Fue emocionante hacer la escena allí con cajistas de verdad. Fue como retroceder en el tiempo. Me produjo escalofríos”, asegura.
  Un enclave boscoso cercano a White Plains se convirtió en la base de los Marines de la provincia de Hau Nghia, Vietnam, donde el estratega militar Daniel Ellsberg empezó a sentirse desilusionado ante la realidad de la guerra, lo que pondría en marcha sus audaces actos. Spielberg y Kaminski abordaron la secuencia con la intensidad de un equipo que ha recreado batallas tanto de la Primera como de la Segunda Guerra Mundial en la gran pantalla con un realismo vertiginoso.
  La diseñadora de vestuario Ann Roth, una leyenda por derecho propio con una carrera de seis décadas que abarca cerca de 200 créditos cinematográficos y teatrales y un Óscar, se documentó de manera igualmente meticulosa sobre cada hilo y botón. “Lo más importante que tuve en cuenta fue que estos personajes son personas reales, así que era posible ver lo que llevaban realmente. Pudimos hacer eso gracias a la gran cantidad de fotografías disponibles”, explica Roth.
  Krieger opina de la contribución de Roth: “Es una artesana del máximo calibre. Se documenta y descubre cómo usar la ropa para transformar. También colabora de verdad con los actores, para ayudarlos a desaparecer en sus personajes. Estuvo impecable en esta película, con un reparto de personajes muy amplio y diverso”.
  Roth y su equipo no se limitaron a copiar ciegamente las fotografías existentes, sino que las utilizaron como inspiración, sobre todo a la hora de vestir a Streep como Graham, cuyo estilo recatado no dejaba traslucir a veces sus crecientes dotes de mando. Tras consultar libros como “The Georgetown Set: Friends and Rivals in Cold War Washington”, de Gregg Herken, y “Georgetown Ladies Social Club: Power, Passion and Politics in the Nation’s Capitol”, de C. David Heyman, Roth combinó su documentación con sus sensibilidades artísticas e intuición, colaborando estrechamente con Streep. Los conjuntos que lleva Streep –entre ellos el caftán de la “fiesta de jubilación” de Graham, su traje de la reunión de la junta, el vestido que elige para la bolsa– se basan en la realidad, pero aportan algo más.
  Streep reflexiona sobre el trabajo de Roth: “Ann es una diseñadora sencillamente genial. Ni siquiera sabría decirte en cuántas películas he trabajado con ella, remontándonos incluso hasta ‘Silkwood’. Para Katharine, contábamos con mucho material de archivo en el que basarnos, pero también hablamos mucho sobre cómo presentarla. Era muy alta, lo que la dotaba de una especie de gracia patricia. Tenía un porte que resultaba intimidante para algunas personas, pese a lo acomplejada que se sentía. Se esforzó mucho para llegar a conseguir esa cualidad característica. Yo soy bajita, así que tuve que exagerar un poco para conseguir eso”.
  Por lo que respecta a vestir a Hanks, Roth señala que en 1971 Bradlee todavía no vestía con el estilo elegante por el que más tarde sería famoso. “Por aquel entonces aún iba en modo pijo, más bien como en sus días de Harvard. No fue hasta más tarde, después de Watergate, cuando empezó a vestirse más como un caballero inglés”, explica la diseñadora.
  Krieger agrega: “Creo que Ann tuvo mucho que ver con lo mucho que Tom pudo meterse en la piel de Ben. Sus elecciones de vestuario le proporcionaron parte de esa bravuconería. Caminaba y hablaba de forma diferente cuando llevaba el vestuario que ella le proporcionaba”.
  En cuanto a la plantilla editorial de Bradlee, Roth contaba con la ventaja de un archivo fotográfico que el periodista ganador del premio Pulitzer Eugene Patterson, uno de los personajes del filme, donó a la Universidad de Emory. “Pudimos ver a toda la plantilla con lo que llevaban exactamente en esa época. Fue una ayuda tremenda para documentarnos sobre la época, de modo que todo fuera lo más realista y auténtico posible, que es exactamente lo que quería Steven”, explica Roth.
  El reparto agradeció la labor de Roth –y sus conocimientos de la época– e incorporó el vestuario a sus recursos interpretativos. Alison Brie lo resume en los siguientes términos: “Ann es una leyenda vida y creo que todo el mundo durante el rodaje se quedó entusiasmado con ella. No se anda con miramientos y además conoce los 70. No solo eso, sino que algunas de las cosas que yo llevaba era de su propio guardarropa. Llevé un par de zapatos suyos, y quizá incluso un vestido que había sido suyo. Su vestuario no es una aproximación. Se trata de ropa de verdad, y eso supone mucho para un actor”.
  Una vez terminado el rodaje, el editor Michael Kahn y el compositor John Williams empezaron su labor de montar la estructura final de la historia y fijar su ritmo. En este filme se han cumplido 44 años de colaboración entre Spielberg y Williams, así como su 29º proyecto juntos. “John suele tocar antes en el piano para mí todo lo que piensa interpretar con la orquesta completa. Pero el tiempo en esta película estaba tan justo, que esta ha sido una de las pocas veces en las que he ido a una sesión de grabación de John Williams sin haber oído ni una nota”, comenta Spielberg. “Aun así, como es habitual, me ha encantado cada nota. John dotó a la banda sonora de una preciosa contención, pero musicalmente también es tremendamente intensa cuando hace falta”.
  Antes incluso de eso, cuando el rodaje tocó a su fin, Spielberg pronunció un emotivo discurso que se centró en lo que hacía LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO tan especial para él. “Se trata de un verdadero reparto coral de actores y quiero volver a hacer algo así”, dijo Spielberg, a lo que agregó: “Esta ha sido una de las experiencias más satisfactorias de toda mi carrera”.
  También reconoce que lo que este reparto evocó en la gran pantalla refleja una conversación que va adquiriendo cada vez más fuerza por todos los Estados Unidos. “Nos encontramos en un momento excelente para explorar las virtudes de una prensa libre, para entablar una conversación sincera sobre qué clase de contribuciones puede realizar una prensa con sólidos principios a nuestra democracia”, concluye Spielberg.

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