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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es la película número 13 de la filmografía del más reconocido director griego, Theo Angelopoulos, que lleva ya más de veinte años haciendo cine, en la que nos cuenta la historia de Alexandre, un escritor que tiene una enfermedad incurable, que sabe que va a morir en breve, y que ha de ingresar mañana en el hospital.
Ese último día de libertad, lo dedica al recuerdo de su pasado, a través de su madre y su esposa muertas y de lo que puede ser el futuro, mediante el encuentro con un niño albanés.
Es una narración intimista, una reflexión sobre la vida y la muerte durante este último viaje, exterior e interior, en el que entreteje el pasado y el presente, mientras comprende que en tanto perseguía y compraba palabras que no conocía se le escapaban instantes de felicidad.
El director no se limita a retratar la realidad, sino que intenta captar con su cámara la esencia de la vida, a través de un cine poético, con una gran belleza fotográfica, en la que se extasía demasiado y aburre al espectador y hace que su lenguaje no sea comprendido, si no es interpretando sus claves.
El protagonista suele deambular por espacios y tiempos diversos, lo que constituyen metáforas o ideas que se dispersan aquí y allá a lo largo del excesivo metraje del film, sobre la felicidad perdida, el amor, la solidaridad, la muerte, la incomunicación, etc. Son preocupaciones que Angelopoulos introduce en sus cintas a través de este viaje con la recuperación del pasado y el tiempo perdido.
Bruno Ganz se convierte en protagonista absoluto de la película que se hace más llevadera gracias a la belleza de su música, pero que aburre por su excesivo metraje y la larga duración de sus planos.
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