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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine americano se ha caracterizado siempre por su fuerza económica que le ha permitido importar a cualquier director o actor que triunfe en el mundo y hacerlo suyo.
Así la nómina de los estudios suele estar plagada de nombres europeos y ahora también de orientales.
Hasta para hacer cine de acción se llevan a directores como John Wood o Ringo Lam al que se pone al servicio de Jean-Claude Van Dame, quien por más interés que pone en convertirse en actor no lo consigue.
Entre otras cosas porque todos los argumentos son iguales y en todos tiene que luchar cada dos escenas con sus enemigos o de lo contrario defraudará a la audiencia.
En esta ocasión hace dos papeles, dos hermanos gemelos separados de pequeños.
Uno se ha convertido en gángster y está en Nueva York, el otro es policía y reside en Francia. Cuando el primero decide ir en busca del segundo, porque es perseguido por la mafia rusa y unos agentes corruptos del FBI y es asesinado, el segundo decide investigar cual fue su pasado, con lo que corre el peligro de que lo asesinen también.
El argumento es lo de menos, lo importante es que cada cierto tiempo se desarrolle una pelea y la acción fluya de la pantalla como la sangre de los que van cayendo, a borbotones.
Qué más decir, que para este viaje no se necesitan alforjas, o lo que es lo mismo, importar a Ringo Lam para hacer lo de siempre no tiene mucho sentido.
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