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NOTAS DEL DIRECTOR...
  Golpes es una apuesta por revitalizar el cine quinqui.
Un subgénero cinematográfico surgido en las postrimerías del franquismo para hablar de la periferia de las ciudades y sus guetos - consecuencia de combinar el falso paternalismo de la dictadura, años de represión y el reverso irónico de la extinta ley de vagos y maleantes, la Gandula - y que se extiende hasta los años 90, recrudeciéndose, volviéndose cada vez má s sórdido y epatante.
  Directores como Eloy de la Iglesia – Navajeros - y José́ Antonio de la Loma – Perros callejeros- se ganan al público y a la taquilla. Carlos Saura – Deprisa, deprisa – y Manuel Gutié rrez Aragón – Maravillas – dignifican el género.
  La juventud inglesa quiere ser como Joe Strummer, Johnny Rotten o Sid Vicious. En España, muchos jóvenes se reconocen en El Jaro. El Pirri. El Vaquilla o el Torete.
  Drogas, delincuencia, paro, violencia, rebeldía y desencanto. Es decir: nada nuevo bajo el sol.
Parece que el tiempo no ha pasado.
  Decía el poeta Pablo García C. que “la verdad está en los márgenes. Que todo lo interesante ocurre en las afueras”. Y esa es mi visión del cine quinqui, lo que me interesa:
  Para conocer una cultura hay que conocer lo que está má s allá́ de sus límites, lo segregado, lo fronterizo. Para entender el pulso de una ciudad hay que viajar a su periferia.
  Golpes revitaliza el cine quinqui. Sí . Es decir: ahonda en su esencia, pero buscando la diferencia. Las diferencias.
El mismo pulso, idéntico nervio narrativo. Vertiginoso. Real. Pero no lineal. Sino complejo. Elíptico.
  Golpes se alimenta de la leyenda, del relato de sus personajes, siempre ambiguo. Eso propicia una fragmentación del tiempo dramático. Con puntuales paralelos en unidades de tiempo distintas.
  El lugar al que se refiere Golpes es un punto de fuga, un lugar quimérico en un futuro imposible. Cargado de nostalgia.
En las antípodas del cine quinqui, que con frecuencia es áspero y feísta. Rudo.
  Golpes pretende matizar y estilizar la crudeza. Sofisticarla. Elevarla.
Fotógrafos como Alberto García Alix, William Eggleston, Kohei Yoshiyuki o Anders Petersen son algunos referentes.
  Entretenimiento. Sí . Pero cargado de mensaje.
El cine quinqui es frontal. Explícito. Habla de las cosas de un modo evidente. Sin metáforas.
  Golpes susurra lo que el cine quinqui clásico gritaba.
Es una fábula. Una gran metáfora.
  Aprovecha el subgénero cinematográfico (el western, el cine negro, el cine de acción) como soporte o pretexto para hablar silenciosamente de otra cosa: de un país en plena transición política. Contradictorio. Desorientado. Y muerto de miedo.
  Un país con mucho futuro, si es capaz de mirar atrás sin temblar, ajustar cuentas con su pasado y reconciliarse con su memoria.
Golpes no sólo recupera un género; recupera una mirada. Una forma de entender el cine como espejo de una época y como espejo de nosotros mismos.
  En el realismo.
Con un gran matiz: no hay mejor alojamiento para el realismo que la poesía. Y ese es el fuerte del tratamiento y la mirada contenida en Golpes.
  Un enfoque lírico, descarnado, simbólico, sutil y poético.

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