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CRITICA
Por: PACO CASADO
No se trata esta la primera vez que la famosa novela escrita por Emily Bronte es llevada a la gran pantalla en una nueva versión modernizada.
Sin mucho esfuerzo es fácil recordar que con el título de 'Abismos de pasión' (1954) realizó también una versión sobre este mismo tema el aragonés más famoso del cine español, Luis Buñuel, en su etapa de estancia en México, que por cierto ha sido importada de nuevo y exhibida en las salas de arte y ensayo por la geografía de nuestra tierra.
También recordamos la que con igual nombre llevó a cabo William Wyler en 1939, que se estrenó en Sevilla el 28 de octubre de 1944 y nuevamente fue repuesta el 26 de noviembre de 1964, que interpretaban Laurence Olivier, Merle Oberon, David Niven y Flora Robson.
Catherine y Heathcliff están destrozados por su propio egoísmo y odio.
Su irracional amor llegará a tener consecuencias fatales.
Ahora al cabo de 30 años de aquella estupenda versión norteamericana, la mejor de todas, nos llega esta otra de nacionalidad británica realizada por Robert Fuest, un mediocre director, que hasta ahora no ha destacado con ningún título de importancia de su filmografía.
No obstante la obra está fielmente llevada a la pantalla y para ello se ha recreado la época mediante unos escenarios y unos personajes que vuelven a vivir los apasionados amores que se representan en sus páginas la famosa novela de Emily Bronte, posiblemente su obra más celebrada.
El director Robert Fuest, joven valor del cine inglés, se ha limitado aquí a llevar a la pantalla el tormentoso argumento de amores prohibidos y pasiones neorrománticas desatadas, que tanta fama y difusión alcanzó en su día en su plasmación literari, sin alarde y sin genio creador en lo cinematográfico, como ocurría en el caso de la versión de William Wyler, que luchaba con el dramatismo de su argumento, pero a su vez imponía su personalidad de gran creador e investigador en el lenguaje fílmico.
El éxito de esta nueva versión tan sólo se puede basar en la fama de la obra, ya que no tiene ni siquiera el atractivo de un reparto de actores famosos que la haga más llamativa.
No se le puede achacar, por otra parte, que Robert Fuest no haya sido riguroso en cuanto a la puesta en imágenes se refiere, haciéndolo con la sobriedad que suele emplear la cinematografía británica.
Una romántica partitura compuesta por el músico Michel Legrand pone fondo a la exacta fotografía en Technicolor de John Coquillon, que realza más con la ampliación a 70/mm.
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