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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Durante cuatro años recorrí plazas, parques y escenarios de toda España asistiendo a batallas de freestyle. Me atrapaba la tensión previa al beat, las miradas afiladas entre oponentes, la forma en que cada verso intentaba imponerse al anterior.
Aquello no era solo una competición: era un acto de resistencia. Esa energía me empujó a querer entender qué implicaba formar parte de ese mundo y, sobre todo, qué costaba permanecer en él.
Siempre supe que quería contar esta historia con voces reales de la escena musical. Entrevisté a muchas jóvenes promesas, pero fue al conocer a Latifa cuando supe que RUIDO ya tenía protagonista.
Su autenticidad me desarmó y descubrí en ella una gran actriz más allá de su faceta de rapera.
El relato se construye en torno a ella, en esa fricción entre lo que queremos ser y lo que nos dicen que debemos ser. Latifa encarna a una joven que aspira a dedicarse al rap, a pesar de la oposición de su madre, quien ve en ese camino un riesgo más que una oportunidad.
Para dar vida a esa madre conté con Asaari Bibang, cuya interpretación aporta una solidez emocional que sostiene gran parte del conflicto.
Asaari habita el personaje con una presencia imponente y matizada. Junto a Latifa, construyó una relación madre-hija compleja e íntima, en un contexto pocas veces representado en pantalla.
Ese vínculo está atravesado también por una pérdida: la muerte del padre. Dos formas de mirar el mundo que se enfrentan también en la forma de vivir el duelo. Cada una transita esa ausencia desde lugares distintos. Esa diferencia de miradas abre una nueva ventana al debate sobre tradición, identidad y lo complicado que es encontrar tu lugar en el mundo.
Por eso mismo, para mí el freestyle en RUIDO, más que tema, es metáfora, una actitud; el universo a partir del cual armar una historia sobre cuánto cuesta encajar la realidad con las expectativas, sobre qué rige al sentimiento de pertenencia y sobre el terrible doble significado de sacrificio, tan necesario como injusto.