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Etiquetas: DocumentalEE.UU.2020Ron Howard
PAVAROTTI
INFORMACIÓN
Titulo original: Pavarotti
Año Producción: 2019
Nacionalidad: EE.UU., Inglaterra
Duración: 114 Minutos
Calificación: No recomendada para menores de 7 años
Género: Documental, Biografía
Director: Ron Howard
Guión: Mark Monroe,  Cassidy Hartmann
Fotografía: de archivo
Música: Ric Markmann, Matter Music, Dan Pinnella, Chris Wagner
FECHA DE ESTRENO
España: 10 Enero 2020
DISTRIBUCIÓN EN ESPAÑA
A Contracorriente Films


SINOPSIS

Ron Howard presenta a la audiencia a la voz, el hombre, la leyenda: Luciano Pavarotti. Creado de una combinación de personalísimas actuaciones de Pavarotti y el acceso a imágenes inéditas, la película proporciona al público un íntimo retrato del más querido cantante de ópera de todos los tiempos...

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Documental con LUCIANO PAVAROTTI

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LA PRODUCCIÓN...
   Tenía una de las voces más impresionantes y uno de los corazones más expresivos en toda la historia de la humanidad, pero en el documental de Ron Howard, el excepcional Luciano Pavarotti se muestra como nunca antes: en un primer plano encantadoramente íntimo que hurga detrás de la gloria de su música y su cálido carisma para desvelar sus luchas, esperanzas y humor privados. Haciéndose eco de los temas universales que han mantenido la ópera en lugar preeminente en el siglo XXI, —amor, pasión, felicidad, familia, pérdida, riesgo, belleza— la película teje la historia de un hombre que descubre, se pelea con, y finalmente aprende a sacarle provecho a su monumental don.
  La voz dorada de Pavarotti habla por sí misma. Pero aquí Howard se dispone a desvelar al hombre, y se encuentra con un ser humano incesantemente fascinante hecho de contrastes: la ligereza infantil junto con un alma profunda, una lealtad férrea a su crianza campesina, y ese enigmático factor X que hace que algunos esquiven los límites de la capacidad humana.
  Tras el premiado The Beatles: Eight Days a Week, y Made In America, que se sumergía en el backstage del inimitable festival de música de Jay-Z, Pavarotti es el tercero de los documentales que dirige Howard dedicados a explorar estrellas del mundo de la música. Puede que la más grande de las estrellas de la ópera del mundo moderno parezca un tema poco probable para el oscarizado director. Howard había conocido brevemente a Pavarotti hace mucho, y lo cautivó. ¿Quién no se vería atraído hacia tal portento creativo que se labró su propio y singular lugar como estrella de rock entre los cantantes de ópera, un gigante que hizo de puente entre el arte excelso y la cultura pop como si tales fronteras fueran ficticias? Sin embargo, Howard no era experto en ópera.
  Pero ello es precisamente la causa de que el director se sintiera tan intrigado. Cuando Nigel Sinclair, con quien Howard trabajó en The Beatles: Eight Days a Week y Rush anteriormente, le mencionó que Decca Records buscaba a un realizador que pudiera poner de relieve la esencia de la vida y la música de Pavarotti en un documental exhaustivo, Howard se sintió acicateado a saber más. Sumergido en su investigación, tomó consciencia de lo emocionante que era penetrar en el mundo de Pavarotti con los ojos de un neófito respecto a la ópera, precisamente el tipo de persona que a Pavarotti le encantaba alcanzar.
  La intriga pronto devino inspiración a medida que Howard se adentraba en una historia a la que no podía resistirse: el relato de un hombre de pueblo que se ve catapultado en viaje meteórico hacia la cúspide de la fama, mientras trata de hallar cómo llevar todas sus agitadas emociones, nervios, sueños, y amor a los demás a lo largo del viaje. Puede que la fuente exacta de su voz mágica sea siempre un misterio, pero lo que atrapó la atención de Howard fue el modo en que Pavarotti aprendió a usarla.
  “Cuanto más aprendía, más percibía a Pavarotti como alguien que deviene testamento del poder de vivir tu vida con pasión y desacomplejado compromiso con lo que amas” –expresa Howard–. “Primero, me cautivó la forma de su trayecto, esa destacada carrera sin nada menor que las altas cotas, el vasto éxito. Pero cuando miré más adentro, también vi que cargaba con el embate de asumir muchos riesgos artísticos. Ese drama no me lo esperaba, y me pareció extremadamente humano”.
  La cinta originada se desarrolló y financió por UMG/Polygram. Con miras a otorgar al film la humanidad y vida que quería Howard, éste incorporó el mismo equipo de rodaje con el que trabajó en Eight Days a Week, film que fue apreciado por su exuberante inmersión en los primeros días de Los Beatles. Este equipo comprendía no sólo a los productores Sinclair y Brian Grazer, a los que se sumaron Michael Rosenberg de Imagine y Jeanne Elfant Festa de White Horse Pictures, sino también el guionista Mark Monroe, el montador Paul Crowder, y el mezclador de sonido Chris Jenkins. Junto a Howard, congregaron una buena cantidad de imágenes y sonido.
  Mientras examinaba a fondo metraje exclusivo, interpretaciones memorables, entrevistas de archivo, y docenas de nuevas entrevistas, Howard fue acercándose a una tensión esencial en el ser de Pavarotti. De una parte teníamos a este personaje terrenal y despreocupado que disfrutaba de las cosas buenas de la vida con humildad vivaz. Pero de otra, también estaba un hombre que combatía las complejidades de un estrellato enorme, las expectativas por las nubes, y las relaciones turbulentas; todo enfatizado por el creciente sentido de responsabilidad que Pavarotti tenía a la hora de dar con el modo de usar su voz y poder para algo más satisfactorio y duradero que la mera fama.
  Todo era… digamos… de naturaleza tan operística que a Howard se le ocurrió la idea de estructurar la película entera en una ópera en tres actos. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa podía ser la vida de Pavarotti? Ese concepto dio forma a todo. Así, Howard podía ver la película como un drama puntuado por arias apasionadas donde resaltar los contrastes entre el espectáculo desbordante y una humanidad pura y cotidiana.
  “Entendí el film como una oportunidad para explorar la vida de Pavarotti por medio de metraje nunca antes visto y entrevistas íntimas con el hombre mismo, así como con su círculo familiar y de amistades más estrecho” –comenta Howard–. “Pero también he llegado a descubrir que uno de los objetivos más ambiciosos de Pavarotti era ampliar el alcance de su arte para que más gente se enamorara de la ópera. Una y otra vez, se salía de su camino, ya fuera para enseñar o para viajar al corazón de América o China, con el fin de iniciar a la gente en el poder de la ópera. Así que también yo albergo la esperanza personal de que nuestro documental contribuya a esa labor. A Luciano le apasionaba tanto la música como la gente. Y quería acercar la belleza de la música a tanta gente de todo el mundo como le fuera posible”.
  A todos les encantaba la idea de usar la magnífica aria lírica de Puccini, Nessun Dorma de la ópera Turandot, como recurrente estribillo emocional. No sólo es una de las piezas más celebradas de Pavarotti, sino uno de los éxitos clásicos universales más queridos de nuestros tiempos. “Nessun Dorma resulta en sí misma tan poderosa que procuramos usarla, junto con otras arias favoritas de Pavarotti, de modos sorprendentes para entrecruzarse con los temas de la vida de Luciano” –nos dice Howard–. “Espero que ello refuerce la idea de que esas arias son más que tan solo bellas canciones. Son una forma de expresión que puede impactarte a todo otro nivel de conexión emocional”.
  Howard puede que recientemente haya virado hacia los documentales, pero no es ajeno a las historias auténticas. En una serie de celebradas películas dramáticas basadas en vidas reales —entre ellas la galardonadas Una mente maravillosa, Apolo 13 y Rush, respectivamente acerca de un genio de las matemáticas, un astronauta heroico y dos conductores de carreras rivales de Fórmula Uno––, Howard ha empleado emociones universales como medio para permitir que el mundo interior de gente excepcional sea tan accesible como motivador.
  Aquí ha emprendido un enfoque similar al seguir el proceso habitual de sumergirse en la investigación. Para ello, recibió el apoyo de los herederos de Pavarotti, quienes le facilitaron un acceso total.
  “Mi enfoque ha consistido siempre en que no soy realmente una autoridad en ninguno de esos temas. Soy alguien que está descubriendo y me limito a compartir con el público lo que estoy aprendiendo” –informa Howard–. “Me encantan los personajes, y me fascina el modo en que los grandes triunfadores en particular se ven sometidos a pruebas y desafíos. Con Pavarotti, mi pregunta era: ¿de dónde surge esa tremenda destreza? No se explica solamente por una voz tan remarcable. Ha de venir del corazón. Ése es el único modo en que puedes crear actuaciones tan auténticas que resuenan para siempre. Así que quise conocer todo cuanto pudiera sobre cómo Pavarotti cultivaba eso y cómo afrontaba el coste personal de convertirse en un artista célebre”.
  Mientras veía montones y montones de los más electrizantes conciertos del cantante, Howard se quedó atónito ante la profundidad emocional de Pavarotti, una profundidad que sólo había presenciado antes en los grandes actores. “Quedé deslumbrado por cuando podías percibir que transitaba tras los ojos del tenor mientras actuaba” –informa Howard–. “Es un actor del Método que extrae emociones profundas de un dolor personal con el que conecta. No importa quién eres, la pureza de ello simplemente te emociona”.
  Yendo más allá de las actuaciones, Howard y su equipo peinó los archivos a la búsqueda de docenas de entrevistas que Pavarotti concedió a programas televisivos y revistas, de las que extraer momentos culminantes. Luego, él y su equipo organizaron cincuenta y tres nuevas entrevistas extensas en Nueva York, Los Ángeles, Montreal, Londres, Módena y Verona, desde abril de 2017 a Junio de 2018. Esta serie de conversaciones aportan no sólo las perspectivas de esposas, familiares, estudiantes y compañeros de escena tanto de la ópera como del rock, sino también de los gerentes, promotores y comerciantes que contribuyeron a forjar la singular trayectoria de su carrera y llevar la ópera a lugares donde nunca antes había estado.
  Cada una era una revelación, abría nuevas vías en las dudas más ocultas del cantante, en las pruebas y deseos de reconciliar sus enormes ambiciones con una vida y amor normales.
  Más tarde, sobrevinieron los descubrimientos más sorprendentes de la película: metraje muy personal de Pavarotti nunca antes visto. Este material, procedente de películas privadas que familia y amigos han conservado, en ocasiones cortaba el aliento de los realizadores al contener momentos sin barniz del hombre tras la cortina.
  La mayoría de este metraje singular procede directamente de la colección personal de Nicoletta Mantovani, la esposa de Pavarotti cuando falleció, y madre de su hija Alice, además de presidenta del Museo Pavarotti de Módena. Desde el principio, Mantovani ofreció su generosa ayuda a la producción.
  “Sentí que era importante explicar su historia al mundo porque Luciano era uno de los mejores artistas, pero también tenía un gran corazón. Creí que era importante compartir eso” –nos dice Mantovani.
  “Nicoletta se convirtió en algo así como la videógrafa de su marido” –puntúa Howard–, “y ello ocurrió justo cuando empezaban a ser asequibles buenas cámaras de video. Ella misma lo entrevistaba de tanto en tanto, lo que es una suerte porque Nicoletta lo captó en una época en que disponía de mucha sabiduría y perspectiva que compartir.”
  “También fue Nicoletta quien nos presentó a la primera familia del tenor: su primera esposa, Adua Veroni, y sus tres hijas, Cristina, Lorenza y Giuliana Pavarotti, todas ellas entrevistadas por primera vez, lo que se tradujo en una experiencia muy intensa y emotiva.
  A través del proceso, Howard colaboró con el guionista Mark Monroe, que anteriormente había escrito los documentales oscarizados The Cove e Icarus, y logró una nominación a los Emmy por The Beatles: Eight Days a Week. Como Howard, Monroe se sintió intrigado por la estimulante naturaleza operística de Pavarotti, este hombre esforzado en punzar las más tiernas emociones, aunque también viviera de un modo desmesurado, a menudo expuesto ante un mundo exigente y complicado.
  Howard espera que la película logre el equilibrio: suficientemente auténtica como para satisfacer a los aficionados al tenor, y al tiempo que acoja lo suficiente a aquellos que abordan al hombre y su música por primera vez. Destaca que para Pavarotti la música era algo que nunca debería parecer exclusivo o elitista. Para él la ópera era la música del pueblo, de toda la gente, porque está llena de toda la belleza y convulsión de la vida diaria.
  “Pavarotti se crió en una cultura en la que la ópera era un entretenimiento popular que hablaba a todos” –explica Howard–. “Siempre quiso devolver la ópera a esas raíces en el mundo moderno. Su humildad es una de las cosas más bellas y paradójicas en Luciano. Estaba extremadamente orgulloso de sus logros y entendía que poseía ese poder increíble, pero lo acompañaba el sentimiento de que la música lo hacía humilde y le daba la oportunidad de llegar a la gente de toda condición social.

SONIDO Y RITMO...
  Mientras Pavarotti comenzaba a tomar forma, Ron Howard trabajaba estrechamente con el montador Paul Crowder para lograr que el ritmo del film fuera in crescendo.
  “La vida real del tenor ya tenía un arco orgánico en tres actos” –observa Crowder–. “El primer acto de su vida es el que lo lleva de ser un maestro de pueblo en Módena a lograr un éxito inesperado en la ópera; el segundo acto corresponde a la época de los Tres Tenores, cuando experimentó tanto una fama increíble como dudas personales; y el acto final es el de la época de “Pavarotti & Friends”, en que recaudaba dinero para la caridad infantil y se extendía a colaboraciones con artistas de todo tipo con miras a llevar la ópera a lugares y gente nuevos y satisfacer así su sueño. De tal modo que ahí estaba todo, y nuestro trabajo se limitaba a darle forma y a fusionar la historia con la música de Pavarotti para realzar los momentos emocionales de la misma”.
  También fue esencial para el equipo el tres veces oscarizado mezclador de sonido Chris Jenkins (Mad Max: Furia en la carretera; El último mohicano; Memorias de África), quien casó la tecnología de sonido multidimensional del Dolby Atmos con la brillantez vocal de Pavarotti en el legendario estudio Abbey Road. Jenkins quería encontrar un nuevo modo de captar la potencia en vivo de la voz humana para aportar toda la sensualidad, brío y sobrecogimiento emocional que se puede sentir cuando alguien canta en una sala de cine.
  Para Howard, la mezcla era vital para invitar al publico a la experiencia sin importar el grado de conexión previa con la ópera.
Mediante la tecnología Dolby’s Atmos, explica Jenkins, la banda sonora podía captar la voz de Pavarotti en una serie de entornos distintos. “En ocasiones, queríamos que el público sintiera como si estuviera solo en una pequeña sala de ensayos con Luciano.
  Jenkins usó otra técnica de registros: reamplificar la orquesta, para hacer el sonido tan vivo como fuera posible.

LA VOZ...
  ¿Qué tenía la voz de Pavarotti para conmover a tantos? Ciertamente, tenía un alcance asombroso. Ya a principios de su carrera, Pavarotti pasmaba a los aficionados a la ópera al proferir los nueve do de pecho de La Fille Du Regiment, de Donizetti, tan exquisita como en apariencia fácilmente. La mayoría de los tenores transponen la nota a un si bemol más plausible aunque aún altamente desafiante, pero no Pavarotti. Con esa sarta de do de pecho hizo historia en la ópera, y a partir de entonces fue apodado como “El Rey de los do de pecho”. Pero había más que una facilidad técnica, más que incluso ese cristalino “ping” y una dulzura melosa en su voz que los críticos vitoreaban. También había en su comportamiento y tono algo inefable que elevaba el espíritu, un tipo de vitalidad interna, una generosidad y calidez que penetraba en la piel del oyente como el sol. Aún en nuestros días, la gente se debate por definirlo.
  “No había nadie con esa pureza de voz. Era un sonido surgido sin esfuerzo” –opina Dickon Stainer, Jefe Ejecutivo de Universal Music Classics and Jazz, y productor ejecutivo de la película.
  Pavarotti comenzó a grabar para Decca en 1964; en un periodo de seis años creativamente fértiles, registró unas once óperas (y el Requiem de Verdi), que siguen siendo sostén de su legado. Más tarde, Decca sería la casa del inesperado grupo más célebre de los noventa: los Tres Tenores, el emblemático trío constituido por Pavarotti junto a otras dos estrellas de la ópera como son Plácido Domingo y José Carreras. En lo que fue uno de los mayores uniones de la ópera con la cultura popular, el trío inauguró la Final de la Copa Mundial de Futbol de 1990 en Roma. Esta actuación sin precedentes, en la que cada tenor parecía estimular a los otros dos hacia nuevas cumbres, y que culminó en un Nessun Dorma impresionante, se evidenció un punto de inflexión. De súbito, incluso los aficionados al deporte canturreaban ópera, y los Tres Tenores devinieron ídolos del estadio parangonables con Springsteen o The Rolling Stones.

EL HOMBRE...
  Luciano Pavarotti nació en Módena, Italia, el 12 de octubre de 1935, cercano el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Su padre era panadero y tenor aficionado; fascinado por la voz de éste y la de su ídolo, Enrico Caruso, cantó durante toda su infancia. Pero nadie podía pronosticar que pudiera transformar sus modestos principios como profesor de escuela elemental en “El Rey de los do de pecho” en los proscenios de todo el globo, o que un día gente que nunca había escuchado una nota de ópera lo conociera y adorara.
  Animado por su madre, que ya percibió en el timbre de su hijo algo inusual, Pavarotti comenzó a estudiar seriamente música tras ganar una competición de canto regional. En 1961, debutó en los escenarios con el papel de Rodolfo en La Boheme de Puccini, donde impresionó desde el principio con su intuición y desenvoltura natural.
  Una de las mayores paradojas de Pavarotti está en que aunque vendiera más de cien millones de discos a lo largo de su vida, cada integrante del público creía que el tenor cantaba exclusivamente para él en una experiencia individual.
  Efectivamente, “el Tenor del pueblo” se sentía crecientemente inclinado hacia la gente corriente tanto más cuanto que su voz era apreciada en círculos refinados. Por ello dedicó la última parte de su vida a llevar la ópera a públicos contemporáneos, incluso a los aficionados al pop, de maneras que difícilmente podían imaginar. De 1992 a 2003, acogió “Pavarotti & Friends” en su ciudad natal mediante conciertos de beneficencia anuales con algunos de los más destacados nombres del espectro del espectáculo, incluso del pop y el rock. Sus colaboradores iban de Sting, Queen y Elton John a James Brown, Lou Reed, Bob Geldof, Bryan Adams, Andrea Bocelli, Meat Loaf, Michael Bolton, Sheryl Crow, Liza Minnelli, Eric Clapton, Celine Dion, Stevie Wonder, las Spice Girls, Natalie Cole, B.B. King, Enrique Iglesias, Deep Purple y Tom Jones. Incluso el Dalai Lama y actores como Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones hicieron acto de aparición. Entretanto, la recaudación se donaba a causas humanitarias como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y War Child, la agencia británica de auxilio internacional a los niños en países diezmados por la guerra y en zonas de conflicto.
  Generoso e igualitario como era, Pavarotti era tan complicado y contradictorio como cualquier humano. Tuvo su porción de escándalos, problemas maritales, y momentos de prima donna, y algunos críticos y amantes de la ópera se sintieron decepcionados ante lo que entendieron como una actitud que comprometía la delicadeza de su arte a favor de las demandas populares. Cierta cantidad de puristas clásicos nunca pudieron aceptar que llevara la ópera a los enormes estadios de deportes que distorsionaban el sonido. Pero no importaba lo que se dijera, nada parecía afectar su alegre sed de vida o su disposición a compartir su arte del mejor modo que creía.
  Podía experimentar un placer malicioso al usar su relevancia para provecho propio, pero en Pavarotti había el deseo de proteger al menos una parte de sí mismo de las trampas de la fama, de mantenerse fiel a ese provinciano chico italiano que encontró un sencillo solaz en el canto.

EL FILÁNTROPO...
  Como cualquier otra persona que alcanza las más surrealistas cimas de la fama internacional, Pavarotti luchaba con ello en ocasiones. Pero también alcanzó a entender su celebridad como instrumento con que forjar algo más grande que él. Uno de los momentos más cautivadores de la película consiste en un metraje en que Pavarotti se encuentra con la Princesa Diana, en 1991. Se evidenció como un momento crucial. No sólo se hicieron amigos rápidamente, sino que era patente que él vio en ella un modelo de cómo la celebridad podía propulsar buenas obras para el mundo.
  Ese ímpetu por hacer más llevó a la serie de conciertos de beneficencia de Pavarotti & Friends en 1992. También es lo que llevó al tenor a establecer amistad con otro icono devenido filántropo internacional: Bono de U2.
  En la película, Bono comenta cómo Pavarotti comenzó a telefonearlo a su casa de Dublín, a engatusar a su ama de llaves, y a presionarlo incansablemente para que escribiera una canción para el concierto. “Luciano es uno de los grandes luchadores emocionales… así que acabamos en Módena, por supuesto” –recuerda Bono divertido en el film, mientras narra la interesante historia de cómo Pavarotti triunfó finalmente.
  Pavarotti & Friends tuvo tal éxito que los beneficios siguieron creciendo a lo largo de una década, acumulando millones no sólo para los bosnios sino también para las víctimas de zonas de guerra como Guatemala, Kosovo, Beirut e Irak. En 1998, se nombró a Pavarotti Mensajero de la Paz de las Naciones Unidas, y en 2001, obtuvo el premio Nansen del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados por su inigualable captación de fondos y voluntariado.
  Igual que la música, la labor de beneficencia se convirtió en una extensión natural del intenso amor por la vida de Pavarotti. Mantovani espera que ello sea lo que los espectadores se lleven consigo del film de Howard acerca del legado de su marido. A lo largo de la película, se muestra al hombre tanto en su grandeza como en sus ansiedades, tanto en momentos impresionantes como en otros desafiantes, en medio de los gloriosos do de pecho y la profundidad de la lucha; a Mantovani le encanta que la nota más enfática de todas en la película sea la alegría.
  “Luciano quería transmitir positividad a todos” –comenta–. “Siempre mostró que la vida debería vivirse al máximo en cada instante. Era un gran artista, pero creía que el talento nunca era suficiente. La disciplina era necesaria. La devoción era necesaria. Creía que cada concierto que daba tenía que ser mejor que el anterior. Creía que el secreto de la vida estaba en disfrutar de lo que uno hacía, pero también en revertir. Y eso es lo que hizo”.

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