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UNA COMEDIA DIFERENTE...
Mario es una comedia negra que combina el humor y la intriga, ofreciendo al mismo tiempo una mirada crítica sobre la sociedad de las apariencias, la fragilidad de las máscaras cotidianas y los equilibrios que hacemos para no mirar de frente a la verdad.
La acción se despliega en un espacio casi único, donde cada réplica es una pieza de dominó y cada silencio carga con más peso del que aparenta. La película construye la tensión a través del diálogo, de las miradas que revelan más que las palabras.
La película sigue el hilo conductor de la gran pregunta: ¿quién es realmente Mario?
Es solo una de las muchas preguntas que laten detrás de la sonrisa.
Porque buscar la verdad no siempre trae felicidad. Y, a menudo, ni siquiera te garantiza alcanzarla.
NOTAS DEL DIRECTOR...
Durante unos años participé en ensayos clínicos para ganarme la vida. Además de tomar medicación experimental, eso suponía pasar jornadas enteras en el Hospital de Sant Pau, encerrado entre paredes blancas y compartiendo infinitas horas con desconocidos que, a la fuerza, se convertían en amigos. Entre aquellas conversaciones para matar el tiempo, yo siempre preguntaba: ¿cuál es la historia más extraña que os ha pasado? De todas las que escuché, hubo una que me fascinó especialmente: un individuo había sido capaz de hacerse pasar por neurocirujano durante años. Su pareja —y todo su entorno— vivieron inmersos en la mentira. Los amigos del mentiroso, que conocían la verdad, asistieron durante todo el cumpleaños impactados al ver el despliegue de mentiras y engaños de su amigo. Buscaron una excusa y escaparon de aquella incómoda fiesta. No se atrevieron a desenmascararlo.
Ahí pensé: ¿y si esos amigos hubieran decidido desnudar las mentiras de su amigo? ¿Qué habría sucedido?
La carga dramática y al mismo tiempo absurda de la situación me fascinó. El choque de expectativas era de una potencia brutal: una celebración pensada para el elogio se convertía en una emboscada. Una situación doméstica como una fiesta de cumpleaños que navegaba entre el surrealismo y el drama familiar. Una combinación irresistible entre comedia, tensión y tragedia.
Además, esta premisa nacida de una anécdota tocaba algunos temas que siempre me han fascinado: la diferencia entre relato y realidad, la naturaleza del autoengaño, la duda como herramienta crítica pero también como abismo. ¿Es preferible vivir feliz dentro del engaño o afrontar la verdad con todo lo que implica?
Una pregunta que no tiene una única respuesta, sino tantas como espectadores. Mario comienza como una comedia de enredos aparentemente inofensiva.
Progresivamente, el humor se extrema hasta llegar al límite en el que el espectador no sabe si hemos entrado en el drama o seguimos en la comedia. La intención era seducir al espectador, hacerlo entrar en el juego del misterio con confianza para terminar llevándolo —sin apenas aviso— a un terreno desestabilizador. Uno de esos momentos en que uno se pregunta: “¿qué demonios es este dibujo?!”.
A menudo basta un pequeño desplazamiento de perspectiva para que aquello que parecía noble, incluso admirable, se convierta en una de las acciones más oscuras que podamos imaginar. Este recurso, además de ser la mejor gasolina para la comedia, también rima perfectamente con uno de los grandes temas del filme: la fragilidad de las apariencias.