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EL FRED QUE CREMA
INFORMACIÓN
Titulo original: El Fred Que Crema
Año Producción: 2022
Nacionalidad: España
Duración: 116 Minutos
Calificación: No recomendada para menores de 16 años
Género: Aventura, Suspense, Drama
Director: Santi Trullenque
Guión: Agustí Franch, Santi Trullenque
Fotografía: Álex Sans
Música: Francesc Gener
FECHA DE ESTRENO
España: 20 Enero 2023
DISTRIBUCIÓN EN ESPAÑA
Filmax


SINOPSIS

Invierno de 1943 en los Pirineos. Los ecos de la Segunda Guerra Mundial resuenan en la aldea fronteriza donde viven Sara y Antoni, un joven matrimonio que espera su primer hijo. La llegada de una familia de judíos que huyen de la persecución nazi trastocará la vida en el valle. Sara deberá afrontar una difícil decisión: obedecer a la razón o seguir lo que le dicta el corazón. El pasado y los secretos que la nieve ha mantenido enterrados durante años están a punto de salir a la luz...

INTÉRPRETES

PEDRO CASABLANC, GRETA FERNÁNDEZ, ROGER CASAMAJOR, FLORIN OPRITESCU, ADRIÁ COLLADO, DANIEL HORVATH, KSAWERY SZLENKIER, DAVID ARRIBAS, ALBERT VILAR, DANI CODINA, ELISABET TERRI, RAFAEL DUARTE R., SIMON BINSTED

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   En palabras de su director, Santi Trullenque, "EL FRED QUE CREMA" es un drama trágico que habla de una familia y de cómo el pasado enterrado bajo la nieve emerge desatando una ola de violencia física y emocional que los cambiará para siempre. Los protagonistas del film no solo tienen que sobrevivir al crudo invierno y a una guerra lejana de la que sufrirán las consecuencias sino que también a una guerra interior basada en el odio, porque el odio se hereda y se transmite de generación en generación".

  Esta es una película sobre la naturaleza del mal y del odio que quiere revolver el estómago y las emociones más primarias. Un odio que se hereda y constituye uno de los pilares fundamentales de una familia abocada a una ola de violencia física y emocional por un pasado que se creía enterrado.
  El trasfondo de la 2ª Guerra Mundial y la llegada de una familia judía que huye de la persecución alemana a un pueblo de Andorra es la excusa para abordar una tragedia familiar, local e íntima pero siempre universal.
  El frío que quema habla de una época y de una forma de ser, de la dureza de una tierra que se impregnaba en la piel y el carácter de su gente, nacida en un entorno inhóspito y despiadado y de familias forjadas en la dureza de una naturaleza siempre cruel y arrolladora.
  Esta historia nos cuenta que en aquellos tiempos las batallas iban en serio y se libraban a vida o muerte.
Habla también de supervivencia, de la obligación de ser más fuerte que las circunstancias, de instintos y valores difíciles de entender desde nuestro confort contemporáneo.
  Este combate se narra a través de Sara, una mujer obligada a ser fuerte en la sombra, mientras sus manos se convierten en cuero, manejando a la familia desde la submisión social y la más íntima de las firmezas.
  Es una de esas mujeres que, encerradas entre muros de más de dos mil metros de altura, nunca protestaban pero luchaban cada segundo de su vida por mantener derechas casas y familias, sobreviviendo a la mezquindad de los hombres, las inclemencias del tiempo y los secretos de familia que corrompen el alma.
  Sara, en una versión invertida de la caperucita, aprende que los lobos existen y hay que plantarles cara. Porque al mal se le puede combatir, pero no siempre se le puede ganar.
  Este proyecto ha sobrevivido a grandes desafíos, como el paro del rodaje por la COVID-19, cuatro días después de su inicio, la pérdida de su protagonista y parte del re-parto a tres semanas de la reanudación, las dificultades de rodar en alta montaña en pleno invierno rodeados de nieve y un frío paralizante.
  A pesar de las dificultades, y gracias a un grupo de productores valientes y decididos y con un esfuerzo logístico hercúleo, se ha conseguido un trabajo de producción impecable, que brilla en cada fotograma del largometraje, mediante escenas que reviven una tradición y cultura de antaño, y escenarios que nos transportan a la crudeza de unos Pirineos magnificentes e inalterables ante el drama humano.
  Y bajo su mirada silenciosa, la tierra es fría y húmeda, las nubes espesas y las pasiones arrasan los corazones de sus habitantes.

ENTREVISTA AL DIRECTOR...
¿Cómo surge la idea y qué querías contar?...
Agustí Franch, interesado por la figura de los pasadores, se adentró en la Andorra de entreguerras. Convencido de la fuerza dramática de las historias reales que iba recogiendo, escribió Fred, la obra teatral en la que se basa El frío que quema. Más tarde me propuso realizar una adaptación cinematográfica. Me pareció que ofrecía un escenario idóneo para profundizar en temas que me interesan, como la naturaleza del mal y la transmisión del odio entre generaciones de una misma familia. Todo esto en un entorno natural que es mayor que el propio drama humano. El material era suficientemente consistente para hacer una adaptación con personajes sólidos y adultos.

Por la naturaleza de las imágenes percibo que detrás hay un gran trabajo de documentación pero, al mismo tiempo, has tratado el material como si fuera un western o un film de género...
Hay mucho trabajo de investigación, de documentarnos para acercarnos al espíritu de la época, de entender las motivaciones y moral de esa gente, de entender qué hacían en Andorra y cómo sobrevivían. Pero después entra la mirada cinematográfica para darle forma y el western, que es el género que acoge todos los demás géneros, todos los paisajes y todos los dramas, me parecía un marco perfecto para desarrollar esta historia.

El peso de la religión se hace sentir y cuando aparece crea una atmósfera muy interesante porque Andorra se convierte en un cruce en el que se encuentran diferentes creencias...
Siempre me han interesado la espiritualidad y las religiones como forma de organización social, y en esta historia confluyen muchas sensibilidades: el judaísmo, el cristianismo y los restos de un paganismo residual que todavía perdura o que ha sido absorbido por el cristianismo, como la secuencia del fuego al principio, que recrea “matar el gener” (matar a Enero), un ritual para predecir si el invierno será largo o corto y que todavía se celebra en los Pirineos.

Me gusta mucho el momento de la oración judía, durante la limpieza y entierro del cuerpo de Henryk...
Es el El Malei Rachamim, una oración judía por el alma de los muertos. Ksawery Szlenkier está estupendo. Se la aprendió de memoria y le confiere un gran sentimiento a toda la secuencia.

Y después están las canciones tradicionales y las canciones de cuna (judías, polacas, catalanas) que van tejiendo una capa sonora y musical de folclore y cultura popular...
Con esta mezcla quería construir un mundo de contrastes y texturas para otorgar cierta profundidad intangible al drama de los protagonistas. Sin darnos cuenta la música y las canciones populares hacen ese mundo aún más verosímil.

¿Cómo ha sido el proceso de adaptar al cine una obra teatral? Ésta es siempre una convivencia difícil...
Hay que ir con cuidado para que la naturaleza teatral no se acabe imponiendo, ya sea en la puesta en escena o en el estilo interpretativo. La preeminencia de la palabra debe encontrar su traducción en imágenes y en un lenguaje estrictamente cinematográfico. La sucesión de borradores del guión sirvió, sobre todo, para ir puliendo y encontrando esta traducción visual y el balance adecuado entre la palabra dicha y el silencio de la mirada. Siempre favorezco la toma de un actor que pueda expresar claramente una emoción o pensamiento con una mirada por delante de su equivalente verbal.

¿Crees que la palabra está sobrevalorada en cine?...
Sí, sobre todo por la sobreexposición, que es uno de los grandes males del cine contemporáneo pero también reconozco que no somos Aaron Sorkin, Mathew Weiner o Palladino. Todos ellos escriben cómo los ángeles y disfruto mucho de sus diálogos y la musicalidad que consiguen pero mi propósito es hacer películas donde las cosas se expliquen de forma visual antes que verbal. Por ejemplo, nada mejor que el comienzo de Río Bravo de Howard Hawks, donde los personajes y el conflicto quedan perfectamente presentados sin hablar durante los primeros cinco minutos. O el cuarto de hora inicial de The Searchers, de John Ford, donde las palabras van por un lado y las emociones, enterradas, por otro a través de miradas y gestos, detalles estrictamente visuales.

Sólo el cine puede explicarlo de esa manera...
Sí. Poder explicar visualmente que somos lo que callamos o somos lo que pensamos y no decimos.
Al igual que con la música, estas sutilezas o información escondida ayudan a diseñar un mundo íntimo y doméstico que otorga profundidad al conjunto.

Pides al espectador que se fije en esos detalles íntimos y domésticos que me parecen una parte fundamental del relato...
Totalmente. Por eso me encanta Michael Cimino, porque en The Deer Hunter dedica cincuenta minutos a la boda y te preguntas por qué lo hace así y, cuando llegas al tercer acto, el peso de toda esa secuencia, que es en realidad el corazón del film, te cae encima con una fuerza abrumadora.

Las miradas sustituyen a las palabras...
Si hay un cineasta que haga hablar con los ojos a sus personajes, éste es Cimino, que lo aprendió de los clásicos. Me conmueven sus películas, entre otras cosas, por la acumulación de todos estos detalles y por la manera que miran sus personajes.

Pero también existen diálogos muy lacónicos, que expresan pensamientos con pocas palabras. Me han hecho pensar en el estilo de Taylor Sheridan, que sé que te gusta mucho...
Es un gran escritor y me encanta su mirada crepuscular sobre un mundo hostil y brutal donde la violencia siempre persigue a los personajes. Y cuando no lo hace, son ellos quienes buscan la violencia.

Algo que me ha sorprendido es que los personajes no están hechos de una sola pieza, no parecen ni buenos ni malos del todo...
Sí, ojalá hayamos conseguido transmitir que todo el mundo tiene una razón para hacer lo que hace.

En el diseño de los personajes creo percibir un equilibrio entre el realismo y lo grotesco...
Si es así es por influencia de Flannery O’Connor, una de mis escritoras de cabecera. Con Agustí tuvimos claro la apuesta por un realismo no sentimental y por una violencia contenida. Y por un ambiente donde el mal está omnipresente. Interno cuando proviene de la propia familia o extterno, encarnado por el capitán alemán.

Y esto crea una tensión que se va cocinando a fuego lento antes del estallido inevitable de la brutalidad...
La violencia es extrañamente capaz de devolver a los personajes a la realidad y prepararlos para aceptar su momento de gracia. Todo muy southern gothic pero trasladado a los Pirineos.

¿Pesa más la naturaleza y el destino, de los que no pueden deshacerse del todo, o la presencia del mal?...
Las montañas forjan el carácter. Los personajes han nacido en un entorno inhóspito y despiadado y eso marca quien eres en la vida. Hablamos de familias forjadas y moldeadas a fuego. Y el mal está omnipresente en el hombre y en la naturaleza.

¿Hay mal en la naturaleza?...
La naturaleza quiere matarnos. No tiene conciencia ni voluntad pero quiere matarnos siempre.

¡Esto te ha quedado muy Herzogviano!...
¡Por supuesto! Siempre Werner Herzog como influencia vital y cinematográfica. ¡Nosotros somos soldiers of cinema!.

Está la religión, el paganismo, los hombres y las montañas. Todo muy operístico, en cierto modo...
Si lo dices por Wagner, me parece estupendo porque somos fanáticos Wagnerianos y nos fascina este cruel juego de destinos y fatalidades entre hombres y dioses. En El frío que quema las montañas encarnan unos dioses impertérritos e indiferentes al drama humano. Llevan millones de años allí y continuarán allí cuando los hombres hayan desaparecido.

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