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CRITICA
Por: PACO CASADO
No podía faltar, un año más, una película de Woody Allen en las carteleras españolas y en este caso lo hace con 'Día de lluvia en Nueva York' (2019) a la que la cinematografía y los medios de comunicación norteamericanos le han hecho un vergonzoso boicot sobre la base de unas acusaciones no probadas y archivadas tiempo atrás, declarado inocente, por causas ajenas a la misma, pero para ir en contra de su director cuyo cine sigue siendo bien recibido en Europa y especialmente en España donde siempre le ha demostrado una gran acogida a sus producciones y también a la hora de rodar aquí.
Debido a ello nos llega con un poco de retraso la entrega del título de cada año, en este caso con una incursión romántica de los entresijos y la hipocresía del mundo del cine y la fama, con su ciudad fetiche, una vez más, como telón de fondo, mientras hace un homenaje a los clásicos románticos de Hollywood.
A sus 84 años el maestro Woody Allen ha olvidado las obsesiones que plasmaba en sus primeros films sobre la vida, la muerte, el amor, el sexo, la religión, y regresa al género donde ha conseguido buena parte de sus mejores triunfos, la comedia, en la que se encuentra como pez en el agua a juzgar por su fluidez narrativa, mientras echa mano de temas recurrentes en sus cintas como la relaciones sentimentales y familiares, la crisis creativa o la implacable dictadura del tiempo.
En esta ocasión se trata de una historia romántica en torno a dos jóvenes amantes, estudiantes universitarios, Gatsby Welles, un adicto al juego que acaba de ganar veinte mil dólares al póker, y Ashleigh Enright, una ingenua estudiante de periodismo que escribe para el periódico de la universidad, que le ha encargado una entrevista con el director de cine Roland Polard, que ha concertado en Nueva York.
Ambos planean pasar un fin de semana especial juntos, enseñándole él a ella los lugares más emblemáticos de la ciudad, donde vive su adinerada familia, de donde es natural, una vez que termine de realizar la entrevista.
Pero Polard le invita a ver un pase privado de su última película para hacer unos retoques, lo que le llevará a encontrarse con el guionista Ted Davidoff y posteriormente con la estrella de cine latina Francisco Vega que es adorado por todas las chicas.
Por su parte Gatsby se encontrará con Chan la hermana de una antigua novia y acabará en la fiesta que da su madre a la que no quería asistir y en la que tiene una charla con ella que es de los mejor del film.
Esta serie de encuentros y desencuentros de ambos, los problemas en que se ven envueltos y la aparición de la lluvia, romperá los planes que habían hecho para pasarlo bien juntos.
Woody Allen rueda un guion escrito por él mismo, como siempre, en el que logra engarzar las distintas acciones en que se ven metidos ambos cuando se separan sin lograr volver a juntarse por más esfuerzos que hacen para conseguirlo, ya que siempre surge un nuevo inconveniente.
Todo ello está adornado con las siempre ingeniosas situaciones e inteligentes diálogos que se suelen producir en sus comedias, en la línea de las que realizaba en los años setenta, pero sin la brillantez de aquellas, con conflictos semejantes que los seres humanos nos empeñamos en complicar y con las cosas por las que merece la pena vivir.
La cinta tiene todos los ingredientes que son habituales cuando rueda una producción de este género para lo que el director de Manhattan se ha rodeado de una buena nómina de actores, esta vez no de primera fila, pero bien conocidos y adecuados a los personajes que han de representar, con dos estudiantes jóvenes como protagonistas Timothée Chalamet y Elle Fanning.
Igualmente no podía prescindir del maestro italiano de la fotografía Vittorio Storaro, ni de la lista de melodías que ilustran siempre sus imágenes, esta vez temas de jazz y en menor cantidad, además de utilizar una canción de Selena Gómez una de las actrices del reparto.
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